jueves, 3 de mayo de 2012

CÁNONES

  Tengo un muy buen amigo, -lo somos desde niños-, que nunca ha leído un libro. Al margen de los libros escolares, quiero decir, o de los que ha tenido que leer para su especialización profesional. Recientemente vio tantas veces anunciada una novela histórica que rompiendo ese sacerdocio se fue a comprarla a una librería. El día que me lo contaba le pregunté qué le había parecido. “No sé”, -contestó riéndose-, “la dejé despues de ciento y pico páginas. La historia empezaba en la plaza del Obradoiro y por entonces todavía no habían salido de ella”. El cuarenta o cincuenta por ciento de la población que según algunas estadísticas está en el mismo caso que mi amigo jamás ha perdido el tiempo pensando cuales son los mejores libros que ha leído. Obviamente, son los mismos que los peores. Por el contrario, los que están en el lado opuesto de la estadística saben que al cabo de unas docenas o centenares de lecturas empieza a desarrollarse de manera natural ese gran enemigo de la prudencia: el gusto personal. Después de leer, no sé, muchos libros, el curioso lector, mal que le pese, se habrá formado una jerarquía estética que pronto se sentirá impulsado a contrastar con la de otros, intentando muy saludablemente dedicar cada vez más tiempo a las buenas lecturas y menos a las malas. Un poco más allá, algunos sentirán la curiosidad de averiguar en qué se parece ese, -llamémosle-, canon personal, al consenso colectivo de la sociedad en la que viven. Finalmente, unos pocos de esos lectores, investidos de algún tipo de autoridad, darán un último paso y sugerirán como canon colectivo el propio. Sí, después dirán que en realidad ellos no querían, que se lo pidieron otros... Da igual, sabemos que la tentación existe. Y ahí es donde empiezan a llover los palos. Proporcionales, como en el patio de Monipodio, a la intensidad de la ofensa, que viene a relacionarse con la osadía del canonista: por mostrar las propias lagunas intelectuales, un espanto ejecutado por la comunidad toda; por valorar unos autores por encima de otros, doce palos de mayor cuantía; por omitir con intención o sin ella ciertas obras o escritores, una clavazón de cuernos; por cometer un error clamoroso de principiante, una cuchillada de cincuenta escudos. 
   Hace unos días, intercambiando opiniones sobre el Canon occidental de Harold Bloom pensé que tenía que dedicar una entrada a Juan José López de Sedano, uno de los primeros que en nuestro país cruzó esa peligrosa linea. Como desde entonces no se me ha ocurrido nada mejor y ya me atormenta hoy la culpabilidad de no actualizar estas páginas, a continuación va la imagen de lo que hizo, que no tiene mal aspecto.


López de Sedano, Juan Joseph (Ed.), Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos, Madrid, por D. Joachín de Ibarra, Impresor de Cámara de S.M., 1768-1771, y por D.Antonio de Sancha, 1772-1778. 
Nueve volúmenes en octavo, los cinco primeros impresos por Ibarra, los cuatro últimos por Sancha, encuadernados en piel aparentemente en el mismo taller de Sancha, con dorados en la lomera y doble tejuelo a dos colores, con pérdida de alguno. Sobre las guardas, en uno de los volúmenes, suscripción antigua de propiedad.

Portada de uno de los volúmenes impresos por Ibarra y otro de los impresos por Sancha.

   De la tertulia que un grupo de ilustrados mantenían en el establecimiento del librero Antonio de Sancha en la década de 1760 salió la idea de publicar una colección poética que mostrara lo mejor de las letras hispánicas en castellano. No una antología sin más, -grato concepto éste para la poesía española de todas las épocas-, sino una que pudiese "servir de modelo para fixar el buen gusto de la nación". Acudían allí Vicente de los Ríos, Francisco Cerdá y Rico, Vicente García de la Huerta, Eugenio Llaguno, Juan Antonio Pellicer o Juan José López de Sedano, y de ellos, al menos Ríos y Cerdá debieron estar implicados en la gestación del primer volumen de la colección. Pero quizás por decisión de Sancha, quien acabó asumiendo personalmente la colección fue Sedano, académico de la Historia y autor hasta entonces de una tragedia neoclásica, Jahel, cuya escasa repercusión en la escena sería más tarde motivo de mofa para sus críticos. El primer volumen salió en 1768, y le seguirían otros ocho a lo largo de diez años, ornados, desde el volumen segundo, con numerosos retratos de escritores, grabados al cobre. El progreso del trabajo se puede rastrear también a través de los anuncios de venta de los sucesivos volúmenes en la Gaceta de Madrid, que aportan fechas algo diferentes a las de las portadas y muestran que las estampas insertas en cada volumen se podían adquirir por separado. El último de los anuncios, de 28 de julio de 1778, daba publicidad al volumen noveno. En ninguna parte indicaba que sería el último de la colección.


   Al poco de iniciarse la publicación, Sedano debió recibir ya críticas de forma privada. Las que se conocen denuncian la falta de un plan cronológico en la serie, la distribución de textos sin orden alguno dentro de cada volumen y sin índices fácilmente manejables, la abundancia de traducciones de clásicos greco-latinos en detrimento de obras originales en español, la selección de muchos fragmentos de obras extensas que se podían leer completas en otras ediciones y el dudoso gusto en la selección, que incorporaba textos problemáticos y omitía otros más significativos. Los sucesivos volúmenes muestran que Sedano no se preocupó mucho de estas críticas, y continuó la serie con los mismos criterios, añadiendo desde el volumen segundo una noticia biográfica preliminar de los autores incluidos en cada volumen, con los retratos de algunos. A fin de cuentas, el propio concepto del Parnaso español, o la falta de él, permitía seguir añadiendo tomos a voluntad, por lo que cualquier omisión siempre podía ser corregida más adelante. A partir del volumen sexto, la colección empezó a ser impresa directamente por Sancha, y el nombre de su responsable, que hasta ese momento no era público, empezó a aparecer en las portadas. A medida que avanzaba la serie, los textos preliminares y finales de Sedano van mostrando un mayor aplomo, gustándose, como diría un crítico taurino. Al llegar  al volumen noveno, con la excusa de dos textos que incluye en el Parnaso expresamente para ello, Sedano dedica varias páginas de sus notas finales a hablar con bastante desdén de otras tantas publicaciones recientes: una traducción de Tomás de Iriarte de la Epístola a los Pisones de Horacio y una edición de las obras de Esteban Manuel de Villegas que había preparado Vicente de los Ríos. 
    Ahí le estaban esperando. 
   A los pocos meses se podía encontrar por todas partes un libro titulado Donde las dan, las toman. Diálogo joco-serio..., de Tomás de Iriarte, donde con bastante gracia va destripando el Parnaso sin ahorrar uno sólo de sus defectos, empezando con el planteamiento caótico, continuando con sus errores históricos y terminando con la peculiar selección del canonista. A juzgar por la correspondencia recibida por Iriarte, el Diálogo tuvo un gran éxito, fue celebrado por autores como Nicolás Fernández de Moratín o García de la Huerta, y poco menos que entregó a Sedano al escarnio público. Sancha, para quien el Parnaso había sido su primera gran empresa editorial, trató de buscar alguien que lo defendiera. Parece que lo hizo Cerdá, a regañadientes. No sirvió de nada, si juzgamos por los hechos: el volumen noveno fue el último del Parnaso español. Iriarte le puso el epitafio.

   Algunos años después, y con otro editor, Sedano trató de poner fin a la serie. En 1785 publicó en Málaga, con seudónimo, una respuesta al Diálogo de Iriarte. La parte final era una defensa de su colección. Que pensó concluirla así lo demuestra un anuncio de la Gaceta de 20 de noviembre de 1792 donde se daba publicidad a dicha respuesta, titulada Los coloquios de la espina, o Apología del Parnaso español, “en dos tomos en octavo que hacen juego con los de la misma colección, en la librería de Quiroga, calle de la Concepción.” Probablemente no imaginó nunca ponerle fin tan poco dignamente, con dos tomos que trataban de defender los nueve primeros. En realidad, si nos olvidamos de las pretensiones de su colector y de muchos de sus comentarios, los hermosos volúmenes del Parnaso se leen con agrado, como se leen este tipo de obras, saltando anárquicamente de una cosa a otra, encontrando a veces un poema memorable y sonriendo otras ante lo que se le ocurrió incluir al parnasista. Tiene además el mérito de haber dado a la imprenta por primera vez algunas obras del Siglo de oro que circulaban hasta entonces manuscritas, si bien alguna vez parece haberlo hecho a espaldas de quien se las facilitó. Y en cuanto a la interrupción abrupta de la serie, es el propio orden caótico de la colección el que hace que pase desapercibida. 
   Después de Los coloquios, ninguna publicación posterior se conoce de Juan José López de Sedano. Murió en 1801, sin saber que todavía le tenía reservada el destino otra broma pesada. Se da la circunstancia curiosa de que en la escena madrileña de su tiempo había un homónimo suyo, José López de Sedano, que escribía teatro popular, comedias a la moda, entremeses, sainetes, y en general, todo aquello que aborrecía el elevado gusto del solemne colector del Parnaso. No se han encontrado indicios de que la homonimia provocara confusión alguna en la época pero el paso de los años y el olvido del otro Sedano propiciaron que algunas de sus obras empezaran a ser atribuidas a Juan José López de Sedano. Muchos especialistas que se han referido a él se hacen eco de estas atribuciones inciertas, y la confusión llega hasta hoy, pese a que hace ya algunos años que Antonietta Calderone deslindó con presumible certeza las identidades de los dos Sedanos. Todavía muchas fichas y referencias bibliográficas hacen al truncado parnasista autor simultáneo de la severa y bíblica Jahel y de la alegre traducción de La posadera feliz o de la comedia mágica Marta aparente, como un Jekyll y Hyde del buen gusto de la Ilustración. Del mismo modo que hay quien dice que los grandes clásicos lo son porque cuando menos despiertan la necesidad de cuestionarlos, le queda a Sedano al menos haber cumplido escrupulosamente la principal función de los cánones, la de incitar el deseo de refutarlos. Porque se empiezan con muy buena intención, pero cuando se terminan cabe la posibilidad de que un canonista que ha leído mucho acabe pensando sinceramente que Clarissa es la gran novela de la literatura inglesa y otro que no ha leído tanto acabe defendiendo que Carlos II el hechizado escribió de niño uno de los mejores poemas de las letras hispánicas.


Soneto impreso en el Parnaso a partir del incluido en las Obras de Luis de Ulloa, donde se atribuía al infante don Carlos, tío de Carlos II.

11 comentarios:

  1. El de Sedano será un canon cuestionable (como todos, ya lo dices tú), pero ¡qué bonita edición! Respecto a los cánones, suelen servir más como punto de comparación (esto lo hubiera incluido yo, esto no...) que como guía. Yo siempre los encuentro entretenidos.

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    1. A mí los cánones, por la voluntad de ser tales, me producen cierta prevención, pero mirar lo que otros escriben que vale la pena leer siempre me resulta curioso. Y la realidad es que últimamente vivimos entre cánones (la lista de Granta, los 111 clásicos de la Real Academia...). Entretenidos sí que son, sí.

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  2. ¿Sabes, Urzay? Mas de uno tenemos un amigo de esos. Yo tengo a mi mejor amigo que no es que nunca haya leído un libro, pero si es cierto que lee 1-2 al año, siempre en vacaciones de verano y siempre Best Seller de los que yo no leería (Larsson, Dan Brown, Ruiz Zafon...). Pero resulta que el Canon es algo tan personal muchas veces que solo con lectores de gustos aproximadamente similares o curiosidad similar se puede tratar de compartir (y a veces ni eso). A este amigo antes le recomendaba yo y regalaba a veces libros, tratando de adaptarme a sus gustos. El resultado era estrepitosamente malo. No solo no le gustaban sino que además me catalogaba de prepotente por tratar de explicarle porque los libros que él leía me parecían peores que los que podía leer. De hecho hace años que dejé de regalarle ni un solo libro, nunca entro en discusiones de literatura con él, nunca entro al trapo de preguntas como :"¿Porqué no me recomiendas un libro?" si nos encontramos en la sección de libros de unos grandes almacenes y además (tienes mi palabra de que esto es verdad) me he negado sistemáticamente a darle la dirección de mi blog, es de los pocos que no sabe cual es y trato de que siga así. Y ahora somos mucho mas felices. Él no me habla de fútbol y yo no le hablo de Faulkner.
    Con todo este rollo te quiero decir que, como ya hablamos, la utilidad del canon depende mucho mas de la voluntad del que lo recibe como recomendación para aprender cosas nuevas que de la voluntad del que lo entrega/selecciona.

    Por eso, coincido con Elena en que me encantaría echarle la zarpa encima al canon de Sedano, por lo bonito y simplemente por entretenerme en ver lo que de nuevo e interesante podría descubrir (que siendo un Canon de autores españoles sería mucho, sin duda).

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    1. Bueno, lo de las amistades y las recomendaciones tiene mucho peligro. A este amigo mío no se me ocurre desde luego recomendarle nada, pero no ya de libros, que no lee: si te cuento las espantosas películas que le gustan y el entusiasmo con el que habla de ellas... Pero nos reímos bastante con este tema.

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  3. Sancha, Ibarra, pero si yo compro de estos impresores hasta tablas de logaritmos... Una obra impresionante, con una historia bonita y unos defectos que se le perdonan.

    Saludos

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    1. Ya he visto que tú tienes debilidad por los números. Y lo de Ibarra y Sancha, no por decirlo muchas veces deja de ser cierto: estas ediciones de la segunda mitad del siglo XVIII son realmente de una calidad excepcional.

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  4. Urzay.
    Es un conjunto impresionante el que nos compartes. Una obra terminada en dos imprentas siempre es una curiosidad, pero si se trata de Ibarra y Sancha es un verdadero lujo.
    Con todos los contras que pudieran tener los cánones, la lectura se presenta irresistible.

    El epitafio de Iriarte sin desperdicio.

    Saludos.

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    1. Eso que comentas de las dos imprentas no se me había ocurrido pensarlo, es verdad que resulta un caso poco común. Y el epitafio es, en efecto, bien gracioso, aunque al pobre Sedano mucha gracia no le haría.

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  5. Caro Urzay

    Quanto aos livros que nos permitiste desfrutar da sua visão nada mais posso acrescentar ao que já foi dito, excelente qualidade tipográfica (de muito bom gosto e perfeição as gravuras dos autores, a beleza e nitidez dos seus caracteres). Talvez realçar o facto de todos os tomos terem encadernações uniformes, em muito bom estado de conservação e bem ao estilo da época.
    Um tesouro que encerra um tesouro ainda maior – o prazer da sua leitura!

    Mas, se me permites, vou cometer uma “heresia”.
    Claro quetodos nós temos amigos que nunca leram um livro, ou muito raramente o fizeram.
    Lembro-me inclusivé dum colega de liceu que não lia nenhum romance para não ser influenciado, pois que mais tarde queria escrever um... Infelizmente perdi o seu contacto pelo que não sei se levou para a frente o seu projecto, mas sinceramente duvido.
    Como bibliómano compulsivo e leitor viciado, tenho os meus canones, como já te deves ter apercebido disso e que muito estimo (já li e reli alguns desses autores sempre com um prazer redobrado), mas, considero os meus livros como os meus amigos: (que eles também o são – os livros claro!) gosto de conversar e trocar impressões com eles respeitando, ou indo ao encontro, dos seus gostos e conhecimentos de determinadas matérias conforme o meu estado de espírito na ocasião.
    Trato os meus livros da mesma forma, se estou um pouco saturado com o meu trabalho, nada melhor que um bom romance policial/espionagem para me absorver o espírito e encerrar-me numa redoma que me isola do mundo (não me obriga a grandes análises estilisticas); se estou um pouco “sonhador” porque não ler um bom livro de poemas, se estou completamente descontraído e em paz comigo mesmo, então “ataco” um dos meus canones para o poder saborear em toda a sua plenitude … há que ler e reflectir bem sobre o que se está a ler.

    Os meus parabéns pelo teu artigo e sobretudo por estes excelentes exemplares, as minhas desculpas por te tomar tanto tempo.

    Um forte abraço

    PS: o português foi propositado para te treinares (se tiveres dúvidas diz)

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  6. En efecto, la encuadernación uniforme de los volúmenes le da una unidad a la colección que podía no haber tenido al estar impresos los volúmenes a lo largo de 10 años en dos imprentas. Es un detalle interesante. Y en cuanto a ese colega tuyo tan excéntrico que no leía novelas porque pensaba escribir una, desde luego el resultado tenía que ser digno de ser leído. Lástima que perdieras el contacto y nos quedemos sin saber el resultado de esa curiosa abstinencia.
    (Lo del portugués me parece muy bien. Es verdad que así me entreno. Tampoco resulta muy difícil, es la ventaja que tenemos cuantos hablamos ese latín corrupto que son las lenguas romances :-)

    Un abrazo, Rui.

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  7. Tengo los 9 tomos. Alguno está algo tocado por el paso del tiempo. Puede decirse que tengo una joya? Gracias

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