lunes, 26 de agosto de 2013

ILUSTRACIONES ROMÁNTICAS DE GIL BLAS

   Que a comienzos de 1835 Jean Gigoux quería algo más está fuera de toda duda. Tenía 29 años. Estaban, sí, esas litografías inesperadamente bien pagadas que le compraba Achille Ricourt para L’Artiste, esos primeros retratos que ya le habían permitido acudir al Salón oficial de la Academia de Bellas Artes, esas frecuentes visitas al salón literario de Nodier en la biblioteca del Arsenal, allí donde con 29 años aprendía quién quería ser. No pudo llegar en mejor momento a su modesta buhardilla de Saint-André-des-Arts aquella propuesta: tres editores, Paulin, Hingray y Dubochet, preparaban al parecer una nueva edición de Gil Blas de Santillana. El primero de ellos pondría el nombre. El último, los 14.000 francos necesarios para iniciarla. Después pretendían financiarse con las contribuciones de los suscriptores, pues contaban con el atractivo que podía tener para el gran público una edición de esta novela a precios populares salpicada en toda su extensión con vivaces imágenes modernas al estilo que permitían las más recientes técnicas de grabado, y no mediante láminas intercaladas fuera de texto, como se había ilustrado hasta entonces. 
    En resumen, necesitaban cien dibujos. 
  

Jean Gigoux en la década de 1830. Al lado, anuncio de la suscripción tal como la reproduce Leopold Carteret en Le trésor du bibliophile romantique et moderne, 1801-1874, III, París, 1927.


   No tuvo que pensarlo mucho, Jean Gigoux, aunque dudase fugazmente de su capacidad para sacar tantos motivos de la novela de Lesage. Aceptó, por supuesto, y con los primeros rendimientos de su trabajo salió a las calles de París a comprar un gran lienzo, el proyecto de un cuadro donde representaría con toda la solemnidad necesaria los últimos momentos de Leonardo da Vinci. El episodio lo había leído en las Vidas de Vasari y no podía imaginar otro más adecuado para sugerir la grandeza del arte de la pintura. Una vez preparado, el lienzo se le quedó en casi cinco metros de ancho por tres y medio de alto. No cabía en su estudio, pero tampoco iba a renunciar Gigoux al gran formato por esa menudencia. Decidió trabajar sobre la tela inclinada. Desde primeras horas de la mañana, durante la mayor parte del día, pintaba su Leonardo. Al caer la tarde, leía Gil Blas y dibujaba sus ilustraciones. Durante meses dividió el tiempo de esa manera. Pocos días después de haber iniciado el trabajo, los editores le pidieron trescientos dibujos más. A la semana siguiente, ante el incipiente éxito de la suscripción, otros doscientos. Jean Gigoux obtuvo el compromiso verbal de entrar a compartir los beneficios de la edición una vez alcanzados los quince mil ejemplares impresos, si se alcanzasen, en igualdad con los tres editores. Dubochet le apremiaba, recogía regularmente los dibujos, se los llevaba con premura para ser grabados. Gigoux simplificaba los juegos de luces y sombras, receloso de la destreza de los grabadores y de su compromiso con el resultado, teniendo en cuenta el mísero salario que percibían. Más tarde describiría a Dubochet en términos que nos recuerdan a los grandes tacaños de Balzac, a Gobseck o Félix Grandet. La edición se completó a finales de 1835 y fue todo un éxito. Algunos ejemplares, muy raros, se imprimeron en papel especial. En 1836 salió una segunda tirada parisina, con mínimas variantes en el texto, y una edición londinense con la tradicional traducción de Tobías Smollet y los grabados de Gigoux, editada por el propio Dubochet, que en 1838 volvería a imprimirlos por cuarta vez. En 1840 la edición llegó a España de dos maneras: en Barcelona literalmente, utilizando los mismos grabados de Gigoux, por iniciativa de ese peculiar editor que fue Antonio Bergnes de las Casas; en Madrid inspirándose en ella, pero con nuevas ilustraciones que se encargaron a diversos artistas españoles de la época, Alenza entre ellos. Todavía en 1846 volvería a publicarla Dubochet acompañada de un Lazarillo ilustrado por Meissonier, uniendo con desenfado el notable origen de un género con su dudosa secuela.




Lesage, Alain-René, Historia de Gil Blas de Santillana, publicada en francés por Mr. Le Sage, rica edición en 4º mayor, adornada con 600 láminas repartidas por el contexto, Barcelona, Imprenta de don Antonio Bergnes y compañía, 1840.
Un tomo en cuarto mayor (260 x 170 mms.), 1.034, [2] páginas, encuadernado en holandesa. En ocasiones se encuentra dividido en dos volúmenes, tal como aparece en la referencia del CCPBE. Anteportada y dos grabados preliminares. Las seiscientas estampas trabajadas aparentemente en madera a contrafibra por distintos grabadores sobre dibujos de Jean Gigoux, aparecen a veces citadas de forma equívoca como calcografías o litografías. Proceden de las ediciones francesas de 1835, 1836 y 1838.  
Desde la página 897 hasta la 1034, con portada propia:
Llorente, Juan Antonio, Observaciones críticas sobre el romance de Gil Blas de Santillana en las cuales se hace ver que M. Lesage lo desmembró del de El Bachiller de Salamanca, entonces manuscrito español inédito; y se satisface a todos los argumentos contrarios publicados por el conde de Neufchateau, miembro de la Academia francesa, ex-ministro del Interior. Su autor don Juan Antonio Llorente, individuo de muchas academias y sociedades literarias, morador en París, donde publica en francés esta obra.








Retratos de Jean Gigoux, en una estampa de Marie-Alexandra Alophe, en su plenitud, y en un lienzo de Bonnat, en su vejez.

   Jean Gigoux presentó con gran éxito Les derniers moments de Léonard de Vinci en el Salón oficial de 1835. Sobre ella construyó su reputación. Poco después abandonó su buhardillla de Saint-André-des-Arts y comenzó a admitir sus primeros discípulos, a retratar a los personajes ilustres, a recibir sus primeros encargos oficiales, a confraternizar con los grandes nombres de las artes y las letras del romanticismo francés. Acudió con regularidad a las exposiciones oficiales, fue condecorado, se dejó un mostacho que sus contemporáneos asociaban al de sus antepasados galos, reunió una notable colección de pintura antigua que en las últimas décadas de su vida llegó a ocupar casi todas las plantas de su  casa, en el 17 de la rue de Chateaubriand. Vivió casi noventa años, trabajó hasta el final de sus días y murió sin descendencia. En pocos meses le fueron dedicadas dos biografías, una de Henry Jouin, otra de Alexandre Estignard. Después fue olvidado tan rápido como los nuevos estilos de vanguardia dejaban atrás la gran pintura de historia del siglo XIX. Su colección, formada por centenares de lienzos y miles de dibujos, quedó sepultada en el museo de Besançon. Una fanfarronada relatada en el estudio de Rodin en la indiscreta presencia de Octave Mirbeau sostuvo durante todo el siglo XX su poco envidiable fama póstuma. Sus ilustraciones de Gil Blas, sobre las que levantó su carrera, contribuyeron sin duda a la popularidad romántica de la novela de Lesage, que fue llevada a la escena y dio título a conocidas cabeceras periódicas en esos años. Me pregunto cuánto de su imaginación visual habrá también en la saga de Los tres mosqueteros publicada poco después por Dumas, a quien trató con asiduidad. Era lógico que Jean Gigoux intentara participar en mayor medida de esa repercusión. Un día reunió a los tres editores y les recordó su promesa original. Cada uno de ellos llevaba ganados con la novela más de 50.000 francos netos tan solo en el primer año. Los socios se miraron entre sí, azorados. Dubochet, con una gran sonrisa, propuso al pintor que los llevase ante los tribunales. A fin de cuentas, no habían firmado nada. Por suerte, tampoco le hizo falta. 






4 comentarios:

  1. Gracias por descubrirme a este olvidado artista y su interesante historia. Viendo los grabados, es plausible pensar que Dumas encontrara en ellos inspiración.

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    1. Realmente se encuentra afinidad al verlos. Es curioso que en la edición madrileña, la de la imprenta de Yenes, 1840, se justifique una nueva serie de grabados en los errores de indumentaria que dicen detectar en los de Gigoux, donde los personajes estarían vestidos a la moda francesa, más que a la española. Quizás venga de ahí. Y sin embargo, Gigoux tuvo interés en documentarse, pues al menos las arquitecturas muestran que usó alguna serie de estampas pintorescas de España, tan de la época. Gracias a tí, Elena, siempre tan atenta.

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  2. Urzay.
    Los grabados son muy hermosos, Es curioso pensar que los tiempos en que se distinguía la nacionalidad de las personas por su vestuario, no están tan lejanos.

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  3. Pues sí, pero ya entonces la Sociedad de artistas que se atribuye la edición madrileña hilaba bastante fino. Ahora que vamos todos bastante parecidos y nuestras ciudades son cada vez más similares unas a otras esto llama más la atención.
    No sé por qué error de blogger este comentario ha estado unas horas apareciendo como borrado. Ya que he tenido que revisar todo, he aprovechado para añadir la ficha del libro (que había olvidado) y algunos enlaces.
    Un saludo, Marco.

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