viernes, 14 de marzo de 2014

EL CABALLERO DE LA ALMANACA

   Una almanaca, para quien como yo se lo haya preguntado, es un collar femenino. Este arabismo documentado en la España bajomedieval no está ya en Covarrubias ni en Autoridades ni tampoco en las ediciones antiguas del Diccionario de la Real Academia (que no lo incorpora hasta 1873) pero en 1858 alguien decidió utilizarlo en un título que no se iba a entender, como una extravagante declaración de intenciones. Ese título, que encabeza estas lineas, pertenece a un libro que ocupa un lugar no menor entre las muchas rarezas que pueden llegar a encerrar las bibliotecas. 
   Uno de los mayores problemas que ha de resolver el autor de una ficción situada en algún momento del pasado es el de la pertinencia del lenguaje narrativo. No es fácil, pues los personajes que habitan esa ficción no se expresaban exactamente como lo hacemos ahora, y el lector o el espectador lo saben y esperan legítimamente poder creerse lo que tienen ante sus ojos. Por desgracia lo más común es adoptar soluciones epidérmicas, arcaizando las fórmulas de tratamiento, salpimentando el texto con cierto vocabulario estereotipado, poco más. Existen diferentes alternativas para resolver este problema narrativo, pero hay una -si puede tomarse como tal- particularmente inusual: que un autor opte directamente por intentar recrear el lenguaje del pasado, sin más. En nuestro tiempo me viene a la memoria, por ejemplo, La dulce ira, una novela de Luis G. Martín que sucede en el siglo XVI, donde todo el trabajo lingüístico de la novela, y es mucho, contribuye a hacer verosímil una inquietante propuesta moral. En el pasado, la recreación del lenguaje antiguo se utilizó a veces con ambición de hacer pasar ciertos textos por verdaderos. Dos ejemplos han aparecido ya por estas páginas, el Centón epistolario y El buscapié. Sin embargo en muy raras ocasiones se utilizó declaradamente en una ficción. Se me ocurren dos casos diferentes pero prácticamente simultáneos. El primero es la Leyenda de las tres toronjas del vergel de amor (1856), de Agustín Durán, en verso. El segundo, en prosa, es el libro que hoy ocupa este blog.



González Valls, Mariano, El caballero de la almanaca, novela histórica escrita en lenguaje del siglo XIII, por Don Mariano González Valls. Publicada a expensas de Su Majestad, Madrid, 1859.
Folio marquilla (345 x 265 mms.), [8], 222, [1] páginas. Encuadernación heráldica original del taller  de Miguel Ginesta de Haro (sucesor de Miguel Ginesta Clarós) en chagrín marrón con doble hilo dorado que encuadra un diseño geométrico gofrado sobre ambos planos, supralibros central con el escudo de Isabel II en oro, cortes dorados, ruedas en contracantos, lomo nervado con título estampado en oro, florones gofrados y firma del encuadernador (GINESTA) en su base. Sello de tinta de antiguo propietario en la anteportada. Algunos ejemplares añaden antes de la dedicatoria a la reina una dedicatoria en verso al futuro Alfonso XII en el primer aniversario de su nacimiento, que entiendo sea variante en la edición y no deficiencia en este ejemplar, dada su encuadernación
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   A mediados del siglo XIX la novela histórica, que tenía entonces un éxito comparable, si no superior, al que tiene en la actualidad, empezó a cambiar. Otras materias más cercanas fueron atrayendo el interés de los lectores según se agotaba el impulso mayor del romanticismo. El género histórico, que sobreviviría todavía muchas décadas en la literatura de folletín, expresó los nuevos gustos con un mayor interés por la verosimilitud de las situaciones, por la ambientación cuidada, por la documentación de los hechos. Se suelen citar como ejemplo las novelas de Navarro Villoslada (Urraca de Castilla, Blanca de Navarra) o de Cánovas del Castillo (La campana de Huesca). En esos años Mariano González Valls, un autor del que no se conoce otra incursión literaria que ésta, pensó llevar al extremo esa aproximación rigurosa a los hechos narrados componiendo toda una novela ambientada en el siglo XIII en el propio lenguaje del siglo XIII. El resultado fue El caballero de la almanaca, una historia que cuenta las aventuras bélicas y amorosas de cierto Garçi Pérez de Vargas y su desesperanzado final durante las campañas de Fernando III de Castilla para reconquistar la ciudad de Sevilla. Si el concepto inicial del libro no fuera por sí mismo ya poco peculiar, lo que siguió después lo fue aun más. González Valls dedicó la novela en 1858 a Isabel II, y de alguna manera se las arregló para que la propia reina se interesara por la edición y la sufragara al margen de los circuitos editoriales comerciales. No se escatimaron gastos. Al año siguiente salió un volumen de 222 páginas impresas en gran formato con particular cuidado tipográfico en el taller de Ribadeneyra, en un papel especial de tal calidad que después de 150 años permanece sin mácula, blanco como el primer día. Para rematarlo, una vez impreso, el libro no se puso a la venta, como se sabe por noticia algo posterior de Dionisio Hidalgo en su Diccionario general de la bibliografía española (1872), de donde parece haberla tomado Palau para su Manual. En consecuencia la novela se conoció poco, y las referencias a ella, ya en su tiempo, escasearon. Después, como era previsible, desaparecieron. Desconozco si ha generado bibliografía alguna, lo dudo. Desde el principio parece como si el autor, de quien sólo he podido saber que fue también magistrado en la Audiencia de Valencia, se hubiera despreocupado totalmente de que alguien leyera su libro. Yo lo he intentado y puedo asegurar que cuesta lo suyo. Sin embargo el empeño es original, extravagante y harto curioso, y curiosa es también en este caso la posibilidad de encontrarlo en esta bella y poco frecuente encuadernación decimonónica salida del taller madrileño de Miguel Ginesta. Difícil es pensar en un remate más adecuado para un libro tan fuera de lo común. 

4 comentarios:

  1. ¡Qué interesante! Me ha fascinado pensar en el trabajo de reconstrucción de un estilo y me pregunto cómo habrá resuelto el autor el tipo de historia que cuenta. ¿Habrá elegido una forma novelesca más acorde a los gustos decimonónicos o se habrá quedado dentro de los límites marcados por la literatura castellana del siglo XIII?

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    1. Es muy atinada la pregunta que propones, Julia, porque muestra que en el fondo, aunque se intente escribir toda una historia en el lenguaje de la época en la que sucede -y aunque se pudiera lograr- el resultado sigue quedándose de alguna manera en la superficie, y probablemente no pueda ser de otra forma. En este caso el concepto de la novela, su desarrollo, la resolución trágica de la trama son en mi opinión completamente decimonónicos, deudores de la novela romántica o ya postromántica, y si le actualizas el lenguaje queda sin más una novela histórica parecida a muchas otras de las que se publican en español entre 1830-1860. Pero resulta curiosa la propuesta. Me alegra que te haya interesado.

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  2. Un libro además de curioso, hermoso. De inmediato llama la atención el estado del papel, parece que fue impreso ayer. El trabajo del encuadernador formidable y no muy lejano al esfuerzo del cajista, que me imagino tampoco la tuvo fácil

    Saludos

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  3. Realmente si nos ponemos a pensar en la cantidad de trabajo que ha llevado este ejemplar y lo valoráramos ahora saldría un resultado sorprendente. Solo en la encuadernación -y después de haber hecho encuadernar algunos libros- se me ocurre que ahora se podría pedir una cifra tres veces mayor a lo que costó éste libro, incluyendo traerlo desde una librería de New Jersey y pagar los derechos de aduana. Pero bueno, es la evolución del buen trabajo artesanal y el signo de los tiempos. Saludos, Marco.

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