viernes, 9 de noviembre de 2012

PALEOGRAFÍAS

  Últimamente procuro encontrar a diario algunos ratos para enfrascarme en las letras viejas. Ha pasado bastante tiempo desde que lo hacía con frecuencia, pero no es mal refugio de las insensateces que escuchamos a diario en demasía si prestamos a nuestra actualidad política más tiempo del que merece. La lectura de la escritura antigua, cuando el escribano domina la elegancia del trazo, es para mí una suerte de arte efímero, como la caligrafía o la ceremonia del té en las culturas de China o Japón. La cocina, el dibujo, la solución de un juego mental pueden acabar siendo, al cabo, lo mismo. Me gusta la paleografía desde que supe que existía. Me gusta recorrer ese camino que va de la extrema confusión de una página hacia la desnuda simplicidad de una letra, seguir con la vista la linea que la pluma va dibujando sobre el papel, adivinar cuándo se levanta para buscar el tintero, cuándo se quiebra con ligereza o va a buscar un enlace con la letra siguiente, cuándo el corte ejerce más o menos presión sobre la hoja, y el trazo se engrosa, apenas perceptiblemente. Empezar desentrañando lo más comprensible de una página y acabar revisando minuciosamente varias con el único objeto de aprender el gesto del escritor al trazar cada letra implicada en alguna lectura dudosa, mecanizándolo una y otra vez, con esa pureza de lo reiterativo que tan bien comprenden los corredores de fondo o los arqueros japoneses. Buena parte del placer de la paleografía se pierde cuando no estamos ante la escritura de un calígrafo elegante, sino ante los jeroglíficos procesales de un notario tan solo interesado en rellenar un buen número de folios, pero no es el caso del manuscrito que me ocupa, que sin tener las pretensiones caligráficas que se reservan normalmente a un códice o un documento solemne, sí está escrito en una elegante humanística fuertemente marcada todavía por la huella de la gótica cortesana. Recoge la copia de una historia singular, la llamada Crónica burlesca de Francés de Zúñiga, bufón del emperador Carlos V, y formó parte de las bibliotecas de Thomas Phillipps, Carlos de la Serna Santander, o Juan Páez de Castro. Éste último dato aporta una fecha límite para la datación del manuscrito, que ha de ser anterior a 1570, el año en que fallece Páez. La paleografía muestra claramente una fecha más temprana. Sobre su autor, si no se quiere acudir a las publicaciones más especializadas, -no muchas-, hay un texto de Manuel Mújica Lainez publicado en Glosas castellanas en 1936, que por casualidad se puede leer completo en una recopilación reciente. Sobre su contenido, como se puede suponer, bastará decir que es una relación muy poco seria de los primeros años del reinado de Carlos V, centrándose a veces en los acontecimientos de mayor relevancia histórica, pero casi siempre en el amplio anecdotario cortesano, real o imaginario, que rodeaba tales hechos.


   El manuscrito tiene solo cinco pliegos doblados en folio y cosidos, que contienen en veinte páginas apenas una tercera parte de lo que llegó a ser la historia enloquecida que relató don Francés, pero precisamente por ello es interesante, pues toda ella fue redactada en varias fases que circularon por la corte en copias manuscritas al menos desde 1527, y ayuda por tanto a documentar ese proceso. 

Ejemplo de dos correcciones al texto original, de mano de Juan Páez de Castro. 

   Por las cartas del hermano de Carlos V, Fernando de Austria, se sabe que tan pronto tuvo noticia de la difusión de esta historia pidió a su agente en la corte española que le enviase una copia. Esa debió ser la recepción habitual de la crónica burlesca de don Francés, porque de eso va en parte la historia, de hacer desfilar ante el lector a los personajes de la corte sin dejar títere con cabeza, por lo que no es de extrañar que muchos estuviesen interesados en saber cuanto antes qué se decía de ellos. Desgraciadamente, la desaparición y el olvido de los claros varones que el autor conoció a lo largo de sus casi diez años de residencia cortesana hace que se hayan perdido buena parte de los referentes humorísticos. Sin embargo, no es algo que las posibilidades de la investigación no puedan reparar en gran medida. Algunos ejemplos pueden dar una idea del tono general. Por ejemplo, la forma en la que se relata la derrota de las comunidades de Castilla frente a la monarquía. Los transcribo literalmente, excepto en la puntuación (hay que buscar el principio del pasaje en la linea ya iniciada)


“...De a quatro días siguientes vinieron nuevas a los governadores y cavalleros de cómo los capitanes de la çibdad y los que con ellos estavan se fortificavan, y querían yr a Toro para sus propósitos llevar adelante, y los governadores y cavalleros salieron a ellos al camino. Estuvieron gran pieça pensando lo que harían. Muchos eran de voto que se volviesen para Tordesillas y les dexasen yr. Allí habló el conde estable, vien oyr es lo que dirá: “Señores cavalleros, oy es nuestro día, y demás desto paresco menistril alto estrangero que vivo con el duque del infantazgo.” Y el almirante dixo: “Cada vno apreste las manos y el que volverse quisiere, tome el camino, porque oy haremos lo que cras no podremos. Cada vno diera despoladas a su cavallo hasta entrar por los enemigos, que baxos son y de condiçión vil, y no de tanto orden como los jerónimos. E yo, que soy armado, paresco caxcavel plateado, y si por caso en la batalla me perdiese, non me busquen hasta que lueva, como alfiler”. Este almirante fue buen cavallero, esforçado, animoso, pareçía higo cozido en agua de dolientes o mono servante. Y así apretaron a los enemigos y alcáronlos a par de vn lugar que se llamava Villa alar; fueron desbaratados, y los que en Tordesillas prendieron fueron nueve procuradores de çibdades, los quales murieron en Medina del Campo, degollados.” 

   En este caso no podemos saber qué tenía en común el condestable con uno de los músicos al servicio del duque del Infantado, pero sí se sabe, en cambio, que el almirante de Castilla era un hombre de baja estatura y amplia formación humanística, que probablemente dejaba traslucir con frecuencia en su conversación, de ahí la inclusión burlesca del latinismo (“cras”, mañana) y la probable imitación de su manera de hablar, que sin duda sus contemporáneos reconocerían. Otra muestra del humor de la crónica se puede ver a continuación, en este otro pasaje: 


“ ...y a don Pedro de Baçán se encomendó la plata de las yglesias, y él la guardado de tal manera que otro día siguiente en su poder nada se halló, según escribe Juan Birida en sus quarenta y ocho capítulos. Este don Pedro de Baçán fue buen cavallero, servidor de su majestat, bien quisto de todos, y en las alteraçiones destos reynos servía a su majestat mucho, especialmente en la batalla de Villalar, y fue que como Juan de Padilla le viese, enristró la lança y fuese para el dicho don Pedro y diole tal golpe que le hechó fuera de la silla, y non pudieron conocer, según el talle don Pedro tenía, qual para arriba, si era el culo o la cara. Y dende algunos años, el dicho don Pedro murió como buen christiano y cavallero y mandose enterrar en vna rodela, y de luengo ni de ancho no le sobraba ni faltava nada.” 

   De donde podemos suponer solo por el texto que don Pedro de Bazán era de cuerpo más bien orondo, pero también algo más, porque si intentamos documentar al Juan Birida que el autor cita como pretendida autoridad erudita encontramos que ese nombre tenía en aquellos años un fabricante francés de naipes, que exportaba a España parte de su producción, también barajas españolas, de donde podemos deducir cuáles eran los cuarenta y ocho capítulos de su magna obra, y también quizás, suponer por qué pudo desaparecer la plata en manos de don Pedro.
   Esta rara crónica se puede hojear en linea, íntegramente en el ejemplar manuscrito de la Biblioteca Histórica de la Universidad de Valladolid o en la edición de Gayangos y Adolfo de Castro para la Biblioteca de Autores Españoles, y también parcialmente en la edición moderna de Sánchez Paso. De antiguo se han señalado ya las deficiencias de la edición de Gayangos, y las modernas, aunque imprescindibles para avanzar en el conocimiento de este texto, siguen teniendo en mi opinión demasiados lugares oscuros, muchos más, probablemente, de los que impone la pérdida de su contexto biográfico. Hasta esa edición de 1855, incluida en un volumen misceláneo que se titulaba Curiosidades bibliográficas, la Historia burlesca de quien acabó siendo conocido como Francesillo de Zúñiga nunca había sido llevada a la imprenta. Sin embargo, se difundió durante varios siglos en copias manuscritas que han sobrevivido en número bastante razonable. Con relativa frecuencia aparece citada en inventarios antiguos de bibliotecas, sobre todo nobiliarias. Hoy se conservan al menos otros veinticuatro ejemplares, además de éste, y no es improbable que aparezcan más. Muchas veces, cuando se piensa en la invención de la imprenta, se tiene la percepción de que la cultura impresa sustituyó por completo desde aquel momento a la cultura manuscrita, y que ésta quedó relegada al ámbito privado o a las secretarías, las escribanías, la actividad administrativa en general. Esa es la razón por la que se tiende a pensar, en abstracto, que todo manuscrito a partir de aquel momento es un documento de archivo, o bien forma parte de un patrimonio documental al que se asigna una categoría distinta a la reservada para la cultura impresa. Obviamente eso no es exacto, porque la cultura manuscrita sobrevivió varios siglos a la invención de la imprenta en ámbitos que podrían pensarse circunscritos en principio a ésta, como la difusión de obras literarias, por ejemplo, y también en otros que le fueron propios durante mucho tiempo. No es raro el caso de textos que circularon tan sólo manuscritos y se han conservado en las bibliotecas en número muy superior a otros que sí se dieron a la imprenta, pero han sobrevivido muy raramente. Baste citar el ejemplo célebre de La lozana andaluza, cuyo único ejemplar conocido se descubrió ya en el siglo XIX en la Biblioteca Nacional de Austria. No está mal terminar esta entrada, por ello, recomendando para quien pueda sentir mayor curiosidad un entretenido libro de Fernando Bouza que repasa la pervivencia de la cultura manuscrita y las muchas formas que adoptó durante los primeros siglos de la imprenta. Aparecen ahí entre centenares de nombres y un amplísimo anecdotario de muy amena lectura, los de Luis Remírez, que era capaz de copiar una comedia de oídas con solo asistir a tres representaciones, Juan Ruiz de Ulibarri, que a finales del siglo XVI recorría toda Castilla copiando por encargo manuscritos medievales, o este Francés de Zúñiga, de quien se transcribe por primera vez un documento autógrafo en el que pedía licencia al emperador para imprimir un libro de proverbios. Firmaba la solicitud, con humor, “el comendador Zúñiga”. No sabemos hoy si aquel libro acabó en las prensas y se ha perdido, o más probablemente cayó para siempre en el olvido a consecuencia del asesinato de su autor, un año después. Lo que sí sabemos, por el contrario, es que el destino fue bien distinto para su Crónica burlesca, que nunca se pensó difundir de otra manera que copiada en humildes letras de mano.


6 comentarios:

  1. ¡Fantástico texto! Un cascabel plateado que parecía higo cocido en agua de dolientes supera mis dotes imaginativas, pero debió ser algo digno de verse.
    Envidió tu facilidad y paciencia para leer este tipo de textos, yo me acabo desesperando y mandado todo al cuerno.
    Un fuerte abrazo.

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  2. Yo me estoy aficionando a la paleografía y a la caligrafía ahora y este escrito es de lo mejorcito. Practicaré a leer en la foto con ayuda de la transcripción.

    Saludos

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  3. Increible post como siempre, una pieza rara, yo solo he visto legajos legales, y tengo libro enteramente anotados,que no consigo transcribir, y lo utilizo como reto criptografico,ademas son piezas rarisimas y muy valoradas, aqui un anticuario , tiene un libro manuscrito, sin identificar, de una obra comica por 800 euros de nada...

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  4. Urzay.

    Gracias por todas las recomendaciones que nos haces en tan instructiva entrada. Coincido contigo, la paleografía es una clase de arte, hay que interpretar, poner en contexto y meterse en los zapatos del escribano.

    Saludos

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  5. Me ha parecido interesantísima la entrada, y muy buena la recomendación del libro de Bouza, que sin dudá buscaré. Personalmente, no me he atravido nunca con la paleografía, pero reconozco que resulta tentador.

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  6. Muchas gracias por vuestros comentarios, he aprovechado para añadir un par de muestras de la escritura de Páez para que se vea la diferente caligrafía. Este don Francés de Zúñiga volverá a aparecer con su lengua viperina por estas páginas, me temo. Un saludo.

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