Esta entrada recorre la distancia que va de un libro a una tortilla.
Que una serie de blogs aporten el mismo día una perspectiva personal sobre un mismo autor es, cuando menos, inusual. Que ese autor sea Arnold Bennett, muy popular antaño pero hoy bastante olvidado, lo es más. Cuando el correo me trajo la sugerencia de formar parte de esta singular iniciativa, lo primero que pensé es que nada podía decir yo que aportara perspectiva alguna sobre Bennett. Mi única originalidad podía consistir en ser el único que tuviera la desfachatez de ponerse a hablar sobre un autor al que no ha leído. Desde entonces esto ha empezado a cambiar, pero la primera impresión permanece. No hay muchas ediciones modernas de Bennett en castellano, y convenía quizás a la perturbada orientación de este blog averiguar las antiguas, así que pensé remediar mi ignorancia buscando en la red alguna de las traducciones que se hicieron en su época. Pronto comprobé que no resultaba difícil ni caro. Entonces se me ocurrió que tratándose de un autor que fue popular, tenía que estar en la biblioteca de mi madre. Soy hijo y nieto de lectoras. Mi madre y mi abuela leían sin cesar por puro placer, y revisar sus libros es encontrar a Pearl S.Buck con Bertrand Rusell, a Chesterton con Camus, entre numerosos nombres que apenas se ven ya en las librerías: Louis Bromfield, Daphne du Maurier, Anatole France, Mazo de la Roche o Lajos Zilahy son combinaciones de letras que yo asocio a cubiertas de tela o cartón de extraños sellos editoriales. Si algún autor había sido popular en los últimos cien años, probablemente habría algo en la biblioteca familiar. Suelo saber donde están colocados los libros, pero me costó encontrar éste. Estaba tras los cristales de una estantería y parecía la primera traducción al español de la obra más conocida de Bennett, The Old Wive’s Tale. Era unos años posterior a la muerte de Bennett, pero servía. Era una traducción en el mejor de los casos anticuada y en el peor inexacta, pero pensé que valía la pena leerlo como lo leyó mi abuela: Conseja de comadres.
Cuando yo iba a la universidad salió una colección de literatura medieval en la que muchos jóvenes empezamos a leer los libros del ciclo artúrico de Chrétien de Troyes, Wolfram von Eschenbach o Thomas Mallory. Parecían entonces tremendamente modernos, más sin duda que la literatura medieval española que yo conocía. Tardé en darme cuenta de que para un francés, un inglés o un alemán, leerlos en su idioma original, y no traducido, como yo lo hacía, sería parecido a lo que era para mí leer el Cantar del Cid o el Libro del buen amor en castellano antiguo. Toda traducción se hace en un momento histórico concreto y se destina a una sociedad que habla de una determinada manera. Mientras la obra original permanece en el mismo estado para ser asimilada por generaciones sucesivas de lectores y críticos, su traducción con frecuencia queda anclada en la lengua de su tiempo. Cada generación vuelve directamente al original y detrás va quedando una escala de traducciones. Esto puede ser un obstáculo para la compresión cabal de un texto, pero no deja de ser una ventaja si el lector pretende meterse en la época de la traducción. En ésta de 1947, que está hecha para la devastada sociedad española de la posguerra, un moderno atuendo es chic y un perfecto imbécil es un majadero. El lenguaje es perfectamente comprensible, y sin embargo extraño. Me costó entrar en la trama. Al cabo de treinta o cuarenta páginas tuve la impresión de hallarme en un episodio invertido de Guillermo Brown, como si no fuera el momento de salir de la casa junto a Jumble o los proscritos en busca de aventuras que acaban en tremendos estropicios, sino el de permanecer junto a la señora Brown o Ethel a recibir las visitas, comentar las novedades locales y tomar el té en una vajilla de porcelana que sería de las Potteries. Al cabo de doscientas páginas todavía me preguntaba por el sentido del título de la novela, en esta forma o en la moderna de Cuento de viejas. Pero ya estaba atrapado en la narración de Bennett, porque sin querer percibía que había algo más en lo que se estaba narrando, o quizás más exactamente, porque percibía la magnitud de lo que se pretendía narrar: el paso del tiempo, la cotidiana desaparición de los sueños, la distancia entre lo que vamos haciendo y lo que podíamos haber hecho. Una de las cosas que más me atrae de una buena historia es que no me lo cuenten todo. No me refiero al socorrido y tantas veces decepcionante recurso de dejar un final abierto, sino a la percepción de que todas las piezas van encajando sin que el autor se moleste en explicar cómo. Un breve pasaje puede ayudar a explicar esto. The Old Wive’s Tale es la historia de dos hermanas, pero también, y mucho, la historia de una casa. En un determinado momento, una de las hijas vuelve de su viaje de bodas y va revisando las habitaciones que le ha dejado su madre viuda, después de trasladarse discretamente a vivir junto a una hermana:
“Luego fue a la sala. En el hueco de la escalera seguía la caja con el servicio de plata. Esperaba que su madre se la hubiese llevado, pero no. Sin disputa, Mrs. Baines sabía hacer bien las cosas, cuando las hacía.”
(“Then to the drawing-room. In the recess outside the drawing-room, the black box of silver plate still lay. Se had expected her mother to take it; but no! Assuredly her mother was one to do things handsomely -when she did them”).
El autor se abstiene voluntariamente de dar más explicaciones. Confía en que el lector se va a dar cuenta, como la hija y la madre, de la importancia que en la vida social de cualquier familia victoriana respetable podía llegar a tener un buen servicio de plata. Este es el tipo de detalles, humildes, quizás banales, que yo, como lector, aprecio en una narración; que no me expliquen el mundo, que el mundo se revele en sus detalles. El mismo mecanismo de este pequeño ejemplo se puede extender a la estructura general del libro. Sin economizar la narración de episodios aparentemente intrascendentes ni las descripciones prolijas, todo va fluyendo hacia la última parte en la certeza de que el objeto de la narración es otro, más ambicioso de lo que parecía al principio, más acorde con el título, que acaba adquiriendo todo su significado al final.
Esta traducción no tiene la explicación previa del autor que se puede leer en las ediciones en inglés, y casi se agradece. Aun habiéndolo leído de esta manera, el libro me ha parecido bastante más apreciable de lo que corresponde a la escasa fama póstuma de su autor, conocido por haber dado nombre a una tortilla. En cuanto me enteré de esto, pensé prepararla. La tortilla Arnold Bennett resultó ser una amalgama de huevos, mantequilla, pescado, salsa bechamel y salsa holandesa, con un toque worcestershire. La hice este lunes a partir de la receta que se puede ver en el simpático programa del irreverente David de Jorge. A mis hijas les gustó. Es como esos platos antiguos de hotel o de restaurante clásico, como el lenguado meunière, el steak tartare o el cóctel de gambas. Como tomar un vaso de leche con dos azucarillos. Como cerrar los ojos y estar en alguno de los salones del Hotel Savoy de Londres hace cien años. Me imagino perfectamente al respetable señor Bennett en esa situación, despreocupado de su fama futura. Desde luego, si la disyuntiva es ser recordado por las generaciones venideras después de una vida de privaciones y desdichas para acabar dando nombre a museos, bibliotecas, sellos o billetes de banco, la mayoría de los mortales elegiría, sin duda, comer tortilla en el Savoy y acabar en el más absoluto de los olvidos.
Que una serie de blogs aporten el mismo día una perspectiva personal sobre un mismo autor es, cuando menos, inusual. Que ese autor sea Arnold Bennett, muy popular antaño pero hoy bastante olvidado, lo es más. Cuando el correo me trajo la sugerencia de formar parte de esta singular iniciativa, lo primero que pensé es que nada podía decir yo que aportara perspectiva alguna sobre Bennett. Mi única originalidad podía consistir en ser el único que tuviera la desfachatez de ponerse a hablar sobre un autor al que no ha leído. Desde entonces esto ha empezado a cambiar, pero la primera impresión permanece. No hay muchas ediciones modernas de Bennett en castellano, y convenía quizás a la perturbada orientación de este blog averiguar las antiguas, así que pensé remediar mi ignorancia buscando en la red alguna de las traducciones que se hicieron en su época. Pronto comprobé que no resultaba difícil ni caro. Entonces se me ocurrió que tratándose de un autor que fue popular, tenía que estar en la biblioteca de mi madre. Soy hijo y nieto de lectoras. Mi madre y mi abuela leían sin cesar por puro placer, y revisar sus libros es encontrar a Pearl S.Buck con Bertrand Rusell, a Chesterton con Camus, entre numerosos nombres que apenas se ven ya en las librerías: Louis Bromfield, Daphne du Maurier, Anatole France, Mazo de la Roche o Lajos Zilahy son combinaciones de letras que yo asocio a cubiertas de tela o cartón de extraños sellos editoriales. Si algún autor había sido popular en los últimos cien años, probablemente habría algo en la biblioteca familiar. Suelo saber donde están colocados los libros, pero me costó encontrar éste. Estaba tras los cristales de una estantería y parecía la primera traducción al español de la obra más conocida de Bennett, The Old Wive’s Tale. Era unos años posterior a la muerte de Bennett, pero servía. Era una traducción en el mejor de los casos anticuada y en el peor inexacta, pero pensé que valía la pena leerlo como lo leyó mi abuela: Conseja de comadres.
Cubierta del libro y nota preliminar del traductor, con una curiosa valoración de Bennett en el contexto de la literatura inglesa.
Cuando yo iba a la universidad salió una colección de literatura medieval en la que muchos jóvenes empezamos a leer los libros del ciclo artúrico de Chrétien de Troyes, Wolfram von Eschenbach o Thomas Mallory. Parecían entonces tremendamente modernos, más sin duda que la literatura medieval española que yo conocía. Tardé en darme cuenta de que para un francés, un inglés o un alemán, leerlos en su idioma original, y no traducido, como yo lo hacía, sería parecido a lo que era para mí leer el Cantar del Cid o el Libro del buen amor en castellano antiguo. Toda traducción se hace en un momento histórico concreto y se destina a una sociedad que habla de una determinada manera. Mientras la obra original permanece en el mismo estado para ser asimilada por generaciones sucesivas de lectores y críticos, su traducción con frecuencia queda anclada en la lengua de su tiempo. Cada generación vuelve directamente al original y detrás va quedando una escala de traducciones. Esto puede ser un obstáculo para la compresión cabal de un texto, pero no deja de ser una ventaja si el lector pretende meterse en la época de la traducción. En ésta de 1947, que está hecha para la devastada sociedad española de la posguerra, un moderno atuendo es chic y un perfecto imbécil es un majadero. El lenguaje es perfectamente comprensible, y sin embargo extraño. Me costó entrar en la trama. Al cabo de treinta o cuarenta páginas tuve la impresión de hallarme en un episodio invertido de Guillermo Brown, como si no fuera el momento de salir de la casa junto a Jumble o los proscritos en busca de aventuras que acaban en tremendos estropicios, sino el de permanecer junto a la señora Brown o Ethel a recibir las visitas, comentar las novedades locales y tomar el té en una vajilla de porcelana que sería de las Potteries. Al cabo de doscientas páginas todavía me preguntaba por el sentido del título de la novela, en esta forma o en la moderna de Cuento de viejas. Pero ya estaba atrapado en la narración de Bennett, porque sin querer percibía que había algo más en lo que se estaba narrando, o quizás más exactamente, porque percibía la magnitud de lo que se pretendía narrar: el paso del tiempo, la cotidiana desaparición de los sueños, la distancia entre lo que vamos haciendo y lo que podíamos haber hecho. Una de las cosas que más me atrae de una buena historia es que no me lo cuenten todo. No me refiero al socorrido y tantas veces decepcionante recurso de dejar un final abierto, sino a la percepción de que todas las piezas van encajando sin que el autor se moleste en explicar cómo. Un breve pasaje puede ayudar a explicar esto. The Old Wive’s Tale es la historia de dos hermanas, pero también, y mucho, la historia de una casa. En un determinado momento, una de las hijas vuelve de su viaje de bodas y va revisando las habitaciones que le ha dejado su madre viuda, después de trasladarse discretamente a vivir junto a una hermana:
“Luego fue a la sala. En el hueco de la escalera seguía la caja con el servicio de plata. Esperaba que su madre se la hubiese llevado, pero no. Sin disputa, Mrs. Baines sabía hacer bien las cosas, cuando las hacía.”
(“Then to the drawing-room. In the recess outside the drawing-room, the black box of silver plate still lay. Se had expected her mother to take it; but no! Assuredly her mother was one to do things handsomely -when she did them”).
El autor se abstiene voluntariamente de dar más explicaciones. Confía en que el lector se va a dar cuenta, como la hija y la madre, de la importancia que en la vida social de cualquier familia victoriana respetable podía llegar a tener un buen servicio de plata. Este es el tipo de detalles, humildes, quizás banales, que yo, como lector, aprecio en una narración; que no me expliquen el mundo, que el mundo se revele en sus detalles. El mismo mecanismo de este pequeño ejemplo se puede extender a la estructura general del libro. Sin economizar la narración de episodios aparentemente intrascendentes ni las descripciones prolijas, todo va fluyendo hacia la última parte en la certeza de que el objeto de la narración es otro, más ambicioso de lo que parecía al principio, más acorde con el título, que acaba adquiriendo todo su significado al final.
Esta traducción no tiene la explicación previa del autor que se puede leer en las ediciones en inglés, y casi se agradece. Aun habiéndolo leído de esta manera, el libro me ha parecido bastante más apreciable de lo que corresponde a la escasa fama póstuma de su autor, conocido por haber dado nombre a una tortilla. En cuanto me enteré de esto, pensé prepararla. La tortilla Arnold Bennett resultó ser una amalgama de huevos, mantequilla, pescado, salsa bechamel y salsa holandesa, con un toque worcestershire. La hice este lunes a partir de la receta que se puede ver en el simpático programa del irreverente David de Jorge. A mis hijas les gustó. Es como esos platos antiguos de hotel o de restaurante clásico, como el lenguado meunière, el steak tartare o el cóctel de gambas. Como tomar un vaso de leche con dos azucarillos. Como cerrar los ojos y estar en alguno de los salones del Hotel Savoy de Londres hace cien años. Me imagino perfectamente al respetable señor Bennett en esa situación, despreocupado de su fama futura. Desde luego, si la disyuntiva es ser recordado por las generaciones venideras después de una vida de privaciones y desdichas para acabar dando nombre a museos, bibliotecas, sellos o billetes de banco, la mayoría de los mortales elegiría, sin duda, comer tortilla en el Savoy y acabar en el más absoluto de los olvidos.
(Esta entrada forma parte de una iniciativa de Elena Rius y José C.Vales para dar a conocer la obra de Bennett.
Se puede seguir en este enlace).
Se puede seguir en este enlace).
"Conseja de comadres" me parece en verdad un título mucho más evocador que "Cuento de viejas". Tienes toda la razón en lo que apuntas sobre las traducciones "datadas". Yo encuentro que es parte de su encanto. ¡Y tu tortilla Arnold Bennett tiene una pinta estupenda!
ResponderEliminarGracias por participar.
Es, desde luego, un título singular, aunque la linea general de la traducción después es más neutra de lo que se podía inferir de él. A mí también me gusta leer a veces traducciones de otro tiempo, más en este caso desde mi conocimiento del inglés, que no alcanza ni de lejos para atreverme a enmendarle la plana a ningún traductor profesional. La tortilla no duró mucho, no, aunque con tanta lluvia en las ventanas me ha quedado la fotografía un poco pálida. Muchas gracias a ti y a JCV por la invitación, Elena. Está siendo muy divertido ir leyendo las distintas aportaciones según van saliendo.
ResponderEliminarPues desde luego, en mi opinión personal, te voy a dar el título de la entrada más original de la ABBA. Conciliar el tipo de vertiente literaria/bibliófila que es tu especialidad con un autor del siglo XIX-XX de esta manera me aprece estupendo. Coincido con Elena. "Conseja de comadres"... que maravilla. Y mira que me quejo de las traducciones de los títulos ingleses.
ResponderEliminarY por otra parte, ¡madre mía! que maravilla eso de una biblioteca familiar que pasa de abuelas a madres y nietos... Increíble. Localizar un Bennet como este (raro es que no tradujeran el nombre a Arnoldo o algo así) es digno de bibliófilo de pro.
Y de verdad que suscribo tu opinión sobre las traducciones de época de libros de otros países.
Me ha encantado.
Y si alguna vez hacemos una asamblea de blogueros o algo así, la hacemos aportando cada uno algo de comer y tu te traes una tortilla Arnold Bennet, que de tanto leer en todos lados acerca de ella se me va a saltar la bilis....
Un saludo.
Lo de Arnoldo desde luego hubiera sido un clásico. El traductor que la firma es Fernando de Diego, he encontrado alguna cosa de él en la red. El libro estaba entre otras ediciones populares. Ésta del Elefante blanco parece una colección de Ediciones Calleja. Lo que comentas de la biblioteca familiar, lo normal en estos casos es que en algún momento se rompa el hilo, pero mientras dura es muy bonito. A ver si tengo suerte y se mantiene la tradición al menos una generación más.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Óscar, voy a ver si perfecciono la receta con la que he visto en la biblioteca de Redfield Hall y cualquier día te invito a probarla, ya que en el Savoy va a estar difícil.
Un saludo
Tuve exactamente la misma reacción cuando me llegó la invitación de José.
ResponderEliminarYo pude encontrar en Buenos Aires, además de la versión más o menos moderna de la que hablo en mi post, otra de Enterrado en vida de los años 20 (?) y sí, la traducción cambia por supuesto. Y también cambia el hecho de que esa edición sea ilustrada y figure en una colección "Los humoristas"...
No puedo coincidir más en el gusto que producen los autores que dejan huecos donde los lectores nos podemos meter y terminar de armar (como si fuera nuestra también) la historia. Tuve una experiencia semejante leyendo a Bennett. No terminé aún The Old Wives' Tale por las dificultades del idioma, pero sí me divertí también mucho con The Grand Baylon Hotel que te recomiendo mucho si les gustó la idea de la vida en el Savoy. En España se consigue en versión castellana, yo lo leí en inglés con la ayuda del kindle, pero es un proyecto de mucho menor aliento que la historia de Sophia y Constnce Baines.
"Los humoristas" es un nombre bastante curioso para una colección. He visto también en este enlace que debió tener bastante éxito. Me voy a apuntar al hotel Babilonia, ya que comentas que es divertido, que para pesimismo basta encender la televisión.
ResponderEliminarLahos Zilahy creo recordar que se fue de Barcelona cuando llegaron los Beatles a su primer concierto español (en Madrid).... y yo le leía devotamente. Las novelas de Pearl S. Buck nos las pasábamos unos hermanos a otros –y tienen parte de culpa de mi mayor inclinación hacia el universo chino ("Viento del este viento del oeste"). Alguna vez he visto libros de ese tipo –¡tantos!– que hoy lee muy poca gente; creo que puede ser una de las razones su inserción en un momento del "estilo" narrativo que luego ha sufrido todo tipo de ensayos. Quizá el lector actual ha generado capas distintas de lectores con expectativas distintas. Muy sugerente, como siempre, la entrada.
ResponderEliminarDebo haber activado sin darme cuenta la moderación de comentarios, porque no he sido consciente de éste comentario hasta tarde. Debió ser el otro día, que anduve eliminando "spam" en algunas entradas. Muchas gracias por tus palabras, Pablo. Pearl S.Buck todavía aparece algo en las librerías, pero a Zilahy hoy no le debe leer ya casi nadie, a juzgar por lo raramente que se le reedita.
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