Una de las muy variadas tonterías que puede hacer todo buen aficionado a los libros es juzgar una película por la manera en que los retrata. Ya puede ser buena la película, que como muestre un libro medianamente inverosímil en la esquina de algún plano sin importancia corre el peligro de ser condenada de inmediato al cadalso del disparate. Como esto es lo habitual en el cine de época (qué deliciosa naftalina sugiere esta expresión), cuando un buen director artístico sorprende con un detalle particularmente veraz, el aficionado a los libros se lo perdona todo. Aunque la película sea espantosa.
Ocupan mi memoria, mal que me pese, muchos de estos fugaces fotogramas. Voy a traer aquí algunos recordando aquellas entrañables y efímeras calificaciones académicas que los pedagogos de nuestro ministerio de Educación propusieron hace algunos años para reemplazar las tradicionales, demasiado brutales para la frágil sensibilidad de los niños españoles. No parece inoportuno en estos días de huelgas educativas y de nuevas leyes aprobadas desde la trinchera.
Ocupan mi memoria, mal que me pese, muchos de estos fugaces fotogramas. Voy a traer aquí algunos recordando aquellas entrañables y efímeras calificaciones académicas que los pedagogos de nuestro ministerio de Educación propusieron hace algunos años para reemplazar las tradicionales, demasiado brutales para la frágil sensibilidad de los niños españoles. No parece inoportuno en estos días de huelgas educativas y de nuevas leyes aprobadas desde la trinchera.
"NECESITA MEJORAR"
En una reciente serie de televisión dedicada a contar la historia de la princesa de Éboli se ve a Felipe II en los jardines del Escorial. El rey lee un libro y se ríe. El espectador puede apreciar el libro con detalle y, desgraciadamente, también se ríe.
No me siento capaz de identificar todos los anacronismos que habrá en esta escena, pero trataré de citar alguno. En primer lugar, el título y el autor, que figuran en plano y lomo como si de un libro actual se tratara. En segundo lugar la voluntariosa encuadernación, cuya oscuridad no logra disimular ese aspecto de tesina salida de un taller de fotocopias, de esos que encuadernan memorias, informes o trabajos. En tercer lugar, y lo peor de todo, la realidad histórica del lector y lo que lee, que desmienten la lengua y el formato. El rey tenía este libro, que fue comprado en Salamanca por su maestro Juan Cristóbal Calvete de Estrella, y debió leerlo, pues se adquirió durante la época de su formación. Era un ejemplar de la edición florentina de 1518, en octavo y en latín, y se sabe por el imprescindible estudio de Gonzalo Sánchez-Molero sobre la biblioteca del Escorial. Poco creíble parece este Felipe II, por mucho que Eduard Fernández se empeñe en hacer de él esa familiar caricatura a la que el cine nos tiene acostumbrados.
"PROGRESA ADECUADAMENTE"
Una manera de evitar errores como los del caso anterior es limitarse a sugerir: ya que no vamos a mostrar el libro que pudo estar leyendo el rey, mostremos de lejos otro cuyo aspecto pueda ser compatible con uno que pudiera haber leído. Varios planos tomados de una película sobre el mismo tema, La conjura del Escorial, nos muestran este frecuente recurso, que resulta ser, al menos, digno.
Desgraciadamente cuando se quiere ir un poco más lejos y mostrar demasiado hay que estar muy seguros, pues se puede caer en el error inicial: en otro momento de esta película el protagonista de una de sus tramas secundarias más prescindibles lee un documento judicial; el director no se resiste a mostrarlo en detalle y atropella al espectador con un simulacro de escritura procesal (y de lengua castellana, me atrevo a decir). Bien fácil hubiera sido acudir a un documento auténtico o su reproducción; la escritura procesal se lee con dificultad y ni siquiera un especialista hubiera tratado de descifrarla en ese breve instante, aun sin ser demasiado complicada, como la que se reproduce a continuación, perteneciente a un proceso inquisitorial de esos años obtenido en el Portal de archivos españoles.
Otra muestra del riesgo que tienen los manuscritos se puede ver en el siguiente plano de Isabel, una de las series que tienen ahora más audiencia. La futura reina de Castilla escribe una misiva. A continuación se nos muestra su hermosa caligrafía. Más real hubiera quedado la escritura auténtica de la reina, que se conoce bien, por ejemplo en la siguiente carta autógrafa procedente del Archivo Histórico Nacional, muy cursiva y algo descuidada pero al menos sin esa apariencia de invitación de boda que vemos en el fotograma.
"DESTACA"
Si hay un libro que suele gustar a los amantes de los libros es El nombre de la rosa. Su adaptación cinematográfica demuestra que es posible aproximarse al difícil mundo del manuscrito con fidelidad. En ella vemos varias veces un scriptorium perfectamente verosímil, aunque se haya ubicado en una sala monástica destinada originalmente a otra función. Podemos apreciar la preparación del pergamino, la copia de manuscritos, la lectura de los monjes o el trabajo de un iluminador. En algún plano al azar se reconoce alguno de los códices, como la miniatura del infierno del llamado Beato de Silos, que se ve entre las cabezas de los benedictinos.
Me quiero centrar sin embargo en una escena donde los protagonistas exploran furtivamente la biblioteca reservada del monasterio. Allí abren algunos libros, e incluso los comentan. Se ve alguno de los que en la escena anterior eran copiados en el scriptorium, y sobre todo un Comentario al Apocalipsis, de Beato de Liébana (otro, pues el de Silos también lo es), que se muestra en detalle para introducir un guiño en el guión, pues se alude a él como la recensión de cierto Umberto de Bolonia, obviamente el autor de la novela, que había preparado años antes una edición de estas miniaturas para el editor Franco María Ricci. De la veintena de códices medievales que han conservado el Comentario de Beato ilustrado, las miniaturas que muestra la película parecen ser las del extraordinario ejemplar elaborado en el scriptorium de San Isidoro de León para los reyes Fernando I y Sancha, que se muestra íntegro en la Biblioteca Digital Hispánica. A ningún otro se aproximan más. Sin embargo, examinadas con cuidado difieren no solo en detalles de la ilustración, sino en la distribución de la misma dentro del códice, por lo que no deben ser una reproducción facsimilar, sino una recreación de asombrosa calidad, sugiriendo que en la abadía de ficción hubiera un manuscrito copiado del que se hizo para los reyes de León y Castilla. No en vano se contó para esta adaptación con la asesoría de Jacques Le Goff, de François Avril y de algunos medievalistas más, cada uno con una especialización diferente. Se nota.
No es necesario sin embargo disponer de un gran presupuesto para sorprender al bibliófilo. Veamos para terminar un ejemplo tomado de Byron, una serie de televisión dedicada a contar la vida del poeta inglés que nos muestra cómo pueden hacerse las cosas cuando existe la voluntad de cuidar cada detalle. Uno de los episodios más conocidos de la vida de Byron es el éxito de ventas de Childe Harold's Pilgrimage, que le hizo célebre de la noche a la mañana, como él mismo contaría. La serie reproduce este momento con una secuencia de personajes que leen el libro mientras de fondo se escucha la voz del poeta en la ficción leyendo una estancia del canto segundo. Vemos sucesivamente a Annabella Milbanke leyendo el libro, a Hobhouse, a Scrope Davies, a Augusta Leigh, a Caroline Lamb leyendo el libro... y a Fletcher durmiéndose con el libro.
En un plano fugaz, Annabella Milbanke subraya un verso de esa estancia, Peril he sought not, but ne’er shrank to meet, y gracias a ello asistimos a un detalle encantador. Si se busca ese verso en una de las ediciones tempranas de Murray, o en una de las muchas que hay más tardías veremos que se trata de la estancia número 43 (XLIII) del segundo canto. Así se puede ver en el que he consultado yo, que reproduzco a continuación. Sin embargo, en la imagen se aprecia que ella subraya un verso de la número 42 (XLII). Hay que buscar expresamente la primera edición o la segunda de esta obra para darse cuenta de que Byron añadió una estancia a las ediciones posteriores del poema, la número 27, alterando el orden desde ahí, y que en la serie de televisión se han preocupado de buscar un ejemplar de la edición exacta que pudieron tener en las manos los primeros lectores del libro, donde esa estancia todavía no estaba y la que se escucha llevaba, en efecto, el número 42. Realmente admirable.
Para terminar este pequeña muestra de libros en el cine se me ocurre que no habrá en esta víspera del día de difuntos, actual fiesta infantil de Halloween, otro plano más adecuado que el siguiente, tomado de la misma serie. Aparece Byron rodeado de libros, perfectamente verosímiles. Sostiene con su mano izquierda la calavera formando una copa para beber, que se sabe hizo realmente engastar a partir de un esqueleto enterrado en Newstead Abbey. Compuso un poema al efecto, Lines inscribed upon a cup formed from a skull, como si el monje que fue ese cráneo invitase a beber a quien tomase la copa. No he encontrado por casa ninguna traducción de aquel poema macabro, pero sí recuerdo haber leído hace muchos años los dos últimos versos de la segunda estrofa reproducidos en la biografía de Byron que escribió André Maurois. Se me quedaron grabados. Decían en esa versión, que no llamaré traducción, del inglés al francés y al español:
“Escancia, amigo, no puedes hacerme mal alguno,
los labios de los gusanos son más horribles que los tuyos”.
Escanciemos, pues.
Ja, ja, ja. Buenísmo post y buenísima idea. Un verdadero placer bibliófilo-cinéfilo. Claro que sólo un bibliófilo como tú podía detectar con tanta precisión esos gazapos (bueno, el del Erasmo del primer ejemplo creo que es detectable casi por cualquiera que haya visto algún libro antiguo en su vida: no es el caso de los asesores de la serie, si es que los hay...) A partir de ahora, creo que me fijaré aún más en los libros que aparecen en pantalla.
ResponderEliminarGracias Elena, en realidad pensaba poner más películas, pero salían ya demasiadas fotografías en la entrada. Lo que comentas de los asesores, yo también dudo que en muchos casos se recurra a especialistas, no sé, quizás de forma algo grosera. Se me ocurre, por no salir de los ejemplos de hoy, que en un capítulo de Isabel se ve a la reina jugando al ajedrez y está usando una reproducción del ajedrez de la isla de Lewis, un ajedrez vikingo. Alguien se ha preocupado realmente de pedir un ajedrez medieval y realmente se lo han traído, eso sí, el más famoso, como si los mil años que llamamos Edad Media fueran todo lo mismo, sin pensar que resulta tan improbable en ese contexto como un ajedrez cuatrocientos años posterior. Con lo fácil que hubiera sido hacer unas piezas inspiradas en los grabados del incunable de Lucena, por ejemplo, que está dedicado pocos años después al propio hijo de Isabel. La verdad es que da mucho juego el cine histórico, y a veces nos depara momentos hilarantes. Estoy tentado de volver sobre ello más adelante, también con los detalles admirables, que hay muchos.
EliminarMuy buena la recopilación de errores y aciertos del mundo del libro en las películas.
ResponderEliminarLos anacronismos me sacan de la concentración necesaria para creerme una película.
Creo que volveré a ver Barry Lindon a ver si un obsesivo como era Kubrick ha tenido en cuenta el aspecto de los libros que salen.
Lo de la letra procesal ha sido insuperable.
Me pasa lo mismo, cuando veo un detalle que canta mucho, ya me cuesta mucho entrar en la historia. De todos modos, en esto hay quien peca por defecto y también por exceso. Quiero decir que se ven a veces detalles de deficiente documentación, pero existe el caso contrario, el de quien teniendo todos los medios se documenta muy bien y después hace con la historia real lo que le da la gana, como pasa con las películas históricas de Ridley Scott, por ejemplo. No me acuerdo si salía alguno en Barry Lindon, seguro que sí, ya nos contarás.
ResponderEliminarMuy bueno. El mejor el libro de Erasmo... ¡sólo le falta que sea en Comic Sans!
ResponderEliminarDesde luego, nos ha faltado un detalle de la tipografía empleada en el texto. Había un plano muy fugaz en el que parecían distinguirse los folios impresos a dos columnas, pero nada más. ¡Qué bueno, Galderich!
ResponderEliminar¡Qué placer de post, Urzay!
ResponderEliminarEl Erasmo que lee Felipe es tremendo...
Y son fantásticas tus búsquedas para El nombre de la rosa y para Byron
Gracias
Bueno, los manuscritos de Beato de Liébana los conozco bastante bien porque hace años (bastantes ya) hice un pequeño estudio de algunos detalles de su ilustración, que es fascinante. Lo de Byron sí tuve que buscarlo, me llamó la atención que subrayaran un verso y di algunas vueltas para averiguar por qué. ¡La curiosidad me pierde!
ResponderEliminarUrzay.
ResponderEliminarMuy buena entrada. Me causaba gran angustia la obsesión que tengo por detalles como los que mencionas. Ahora siento enorme alivio al saber que no soy el único que le enojan esos terribles descuidos.
A veces no es muy fácil que todo mundo comprenda que una película pueda perder su valor por algo que para muchos no tiene mayor importancia.
Pero si lo miras con humor puede ser como ver una de esas películas de catástrofes donde según van saliendo los protagonistas ya sabes quién va a sobrevivir y quién no, o mejor, como si vieras por ejemplo "El hombre cocodrilo contra el pulpo gigante".
Eliminar:-)
Amigo mio, descubro por casualidad tu blog, estoy en Argentina y ojalá supiera mas del tema, lo mio es la emoción de ver estas maravillas. Fue un placer leer tus comentarios y recibir de regalo los maravillosas páginas que ofreces para explorar. Muy agradecida
ResponderEliminarGraciela
Me alegra que te haya gustado el blog, Graciela, muchas gracias por tu amable comentario.
ResponderEliminar¿Y que me dices de las gafas que se calzan en El nombre d ela rosa? Creo que son buenas, ¿no? La verdad es que da un poquito de vergüenza la chapuza generalizada; en efecto, los ingleses ni lo hubiera consentido ni lo hubieran hecho, porque experimentan el halago del placer histórico, que significa trabajo, lo que aquí no existe. Hace muy poco llevé a unos alumnos a ver la exposición del Prado sobre la belleza encerrada, y entre otras curiosidades, les mostré una imagen, que podría ser bastante aproximada, de Isabel la Católica (¿de ¿Antonio Inglés?, legado Villaescusa), para que compararan.... Los defensores de la actualización se justifican por eso: ahora sería el equivalente a la protagonista; pero para llegar a esa actualización hay que trasladar cuidadosamente todo un sistema (del viejo al nuevo). Se complica el motivo.
ResponderEliminarExcelente y divertida la entrada.
Las gafas son buenas, sí, me recordaron el estudio tuyo sobre el busto de Quevedo, las que salen en el cuadro de Van Eyck por ejemplo, y particularmente aunque son más tardías esas que se ven en el retrato de Lucas Jordán, que le tapan media cara, fíjate si hubieran tenido las que hay ahora, tan ligeritas, los cristales que llaman orgánicos... El retrato que citas ciertamente es una comparación cuando menos curiosa. No sé, mi impresión es que en esa serie hay una voluntad de ajustarse a la historia real, sobre todo en sus lineas argumentales generales, pero después no sé si por limitación presupuestaria, si por descuido o si por una intención de hacer más cercana la trama al espectador se ven multitud de detalles que le quitan mucha verosimilitud. En fin, es verdad que daría para hablar largo rato, me gusta ese concepto que propones, el halago del placer histórico, esa satisfacción de hacer las cosas con rigor por el simple placer de hacerlas. Solo con aplicar ese principio cambiaría nuestro país completamente.
EliminarHoy encontré una incongruencia enorme (más que un error), pero no en película ni obra artística alguna sino en la página web de la biblioteca del Escorial. En la sección dedicada en la web a los manuscritos hebreos, aparece una fotografía del manuscrito Voynich, que ni está en hebreo (que por ahora se sepa), ni está en la biblioteca del escorial y ni mucho menos en ninguna biblioteca del patrimonio nacional de España. Así que bueno, no sé a que santo se les ocurrió poner dicha fotografía en esa sección y no sé si alguien puede aclarármelo. A lo mejor no es el manuscrito Voynich y soy yo el que está en error.
ResponderEliminarVínculo aquí
Me dejas de piedra con el patinazo, Carlos. En efecto, parece el manuscrito Voynich usado como si fuera un manuscrito hebreo, en concreto un detalle de este folio. Imagino que el error se produce durante el diseño de la web (lo que no dice mucho de quien lo hizo), pero llama la atención que nadie lo haya supervisado, una muestra más de la extraña política cultural de Patrimonio Nacional, que es un organismo que está en el limbo, como la Biblioteca del Escorial, que es la gran biblioteca del Renacimiento español y no lo parece.
ResponderEliminarExtraordinario blog. No pudo impresionarme más. Enhorabuena por tu trabajo, y que no se detenga. Te apunto en favoritos para seguirte.
ResponderEliminarGracias, Belthesson. Tentado estoy.
ResponderEliminar