Hace ahora doscientos años se podían adquirir en las librerías londinenses los dos primeros cantos de Childe Harold´s Pilgrimage. No en su primera edición, vendida con extraordinaria rapidez, sino ya en la quinta, última de las que salieron con pie de imprenta de 1812. El éxito del libro estableció el paradigma literario del héroe romántico y con él la inesperada celebridad de su autor, el joven Lord Byron. A continuación de los dos cantos, estas ediciones publicaban también una veintena de poemas breves. Procedían, como los primeros, de las experiencias portuguesas, españolas, albanesas, turcas o griegas del peculiar Grand Tour de dos años que Byron emprendió en la primavera de 1809. En uno de ellos rememoraba en términos jocosos una hazaña singular, el trayecto a nado de Sestos a Abidos en el antiguo Helesponto, el actual estrecho de los Dardanelos. Lo acompañaba de una nota que registraba con seria precisión las circunstancias de la travesía. El 3 de mayo de 1810 Byron y Ekenhead, oficial a bordo de la fragata Salsette, fondeada en el lugar, se lanzaron a las frías aguas del estrecho para cubrir a nado el kilómetro largo que separa en ese punto la costa europea de la asiática. Lo hicieron a plena luz del día y después de haber fracasado en un primer intento pocas semanas antes. Después de luchar contra las fuertes corrientes y recorrer más de cuatro millas para una distancia directa muy inferior, llegaron al otro lado al cabo de más de una hora. A mitad de trayecto sintieron la proximidad de peces de gran tamaño. Byron lo tuvo como una proeza, y probablemente lo fue, aunque hoy en día, acostumbrados al deporte profesional, estas magnitudes nos impresionen menos. Pero también con los medios actuales se puede ir al Polo Sur casi de turismo, y hace solo cien años Scott se dejó la vida en el intento.
Las reproducciones del poema y la nota, en la forma que lo leyeron sus contemporáneos, proceden de esta edición de las obras de Byron publicada por Murray en 1819. Las ediciones tempranas de Byron, -un caso similar a las de Lewis Carroll-, son muy abundantes y sorprendentemente asequibles.
El poema de Byron en la traducción de Agustín Coletes Blanco, tal como se puede leer en la cuidada y muy bien ilustrada edición reciente de la correspondencia y poemas de su periplo mediterráneo.
No había constancia de que nadie hubiera intentado una travesía parecida desde la antigüedad pues, como es sabido, la elección del trayecto no fue tanto el capricho de un joven que se imponía un desafío físico como la voluntad de hacerlo recreando un conocido mito griego, el amor oculto de Hero y Leandro. Las fuentes conservadas de la leyenda no son demasiado antiguas. Figura tangencialmente en Virgilio, con más extensión en Ovidio, y particularmente en un breve epilio de Museo, autor de quien tan poco se conoce que se le ubica al final del siglo V por razones meramente conjeturales. El poema de Museo se transmitió profusamente durante toda la Edad Media de forma manuscrita y ya desde el período incunable formó parte de la cultura impresa occidental. En 1762 se tradujo al italiano y poco después a los principales idiomas europeos, pero probablemente Byron, por su formación, no lo había leído en la traduccion inglesa de 1797 sino en alguna de las numerosas ediciones que entre los siglos XVI y XVIII publicaron el texto griego de Museo y su traducción al latín, pues la historia de Hero y Leandro llegó a ser enormente popular en la Europa moderna. Cuenta en poco más de trescientos hexámetros la trágica historia de Leandro que en la clandestinidad de la noche se sumergía en las turbulentas corrientes del estrecho para recorrer a nado la distancia que separaba su localidad, Abidos, de la ciudad de Sestos en la orilla europea, con la única referencia de una lámpara que su amada Hero encendía en la distancia para guiarle en la oscuridad a su encuentro. Se lee en un rato, por ejemplo en la hermosa edición que Antonio Ruiz de Elvira preparó para la recomendable colección Alma Mater, del CSIC, que será del gusto, seguro, de cuantos disfrutan de la sonoridad de la épica griega cuando se traduce con sensibilidad:
“Era de noche, el momento en que los vendavales, alentando con más fuerza, lanzando remolinos con sus soplos de tormenta, se abalanzaban en masa sobre el rompiente del mar. Justo entonces también Leandro, en su esperanza de su habitual esposa, avanzaba sobre la espalda marina de siniestro estruendo. Ya las olas se arremolinaban unas contra otras, el agua se amontonaba a raudales; con el cielo se juntaba el ponto, por doquier se levantaba el fragor de los vientos en batalla...” (vv. 309-315).
Hero y Leandro, por Domenico Fetti, Kunsthistorisches Museum, y su reproducción hacia 1660 en una estampa del Theatrum Pictorium grabada por Van Kessel sobre modelo elaborado a partir del original conservado en Viena, que se invierte en el proceso de grabado.
Que Byron estaba particularmente orgulloso de la hazaña lo demuestran las reiteradas alusiones a ella en su correspondencia de esos meses: lo anota en el diario de su amigo Hobhouse, que lo acompañaba en el viaje, y varias veces se lo comenta por carta a su madre, a sus amigos Scrope Davies, Francis Hodgson o Henry Drury, a su pariente Edward Ellice, a su agente R. C. Dallas, e incluso se lo menciona a su abogado John Hanson, a quien sugiere con malicia que cualquier conocido aficionado al mundo clásico le explicará el significado de tal hecho. Atormentado por una malformación en uno de sus pies que le producía una evidente cojera, Byron había encontrado en la natación una forma de poner a prueba sus límites físicos. El recurso al humor es una característica frecuente en su correspondencia y también en su poesía de circunstancias, pero en este caso da la impresión de que encubre la vulnerabilidad de relatar públicamente en un poema impreso un suceso que para él fue sin duda una proeza, como revela en sus cartas privadas. Se puede pensar que sentía que el tiempo de los grandes héroes del pasado ya no era el suyo, o que pudiendo serlo de alguna manera todavía, le estaba vedado por su físico. Entonces se arroja al mar para comprobar la verosimilitud de las hazañas que se dice que otros emprendieron y se enfrenta a la baja temperatura y a las fuertes corrientes del Helesponto durante más de una hora. Al lograrlo, como si se avergonzara, hace un chiste. Lo que parece parodia es aquí más bien ironía, y la belleza está más en el gesto y en la sensible selección del modelo que en el poema final. No es extraño que su vida haya generado una bibliografía casi más extensa que la dedicada a su obra literaria y que con frecuencia vuelva a estar de actualidad, pues como en diversas tendencias del arte contemporáneo, el contexto es la obra de arte, y su expresión práctica, a veces, mera anécdota.
Byron, retratado por Thomas Phillips hace ahora 200 años. La Historia de Hero y Leandro fue motivo frecuente en la pintura de sus coetáneos, como se puede ver en estos ejemplos de William Etty o J.M.W. Turner, apenas posteriores a la prematura muerte del escritor.
Como siempre, un articulito precioso, ajustado al tema e irradiando hacia todos lados. Es curioso que no haya logrado una versión métrica (hay demasiados desajustes) Agustín Coletes.
ResponderEliminarMuchas gracias, Pablo. No debe ser fácil, viendo el original. No conozco otras versiones de este poema en español, voy a ver si encuentro alguna, a ver si se ha hecho antes.
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ResponderEliminarMaterial valiosísimo el de este blog, como siempre. Byron es fascinante desde cualquier punto de vista que se le estudie, y el que hoy has elegido es sin duda uno de los más atractivos y originales. ¡Quien se hiciera esas jornadas a nada sin perder resuello! XD
Un saludo y enhorabuena.
Pues creo que ahora hay quien lo hace por deporte. Un saludo, Wolfville, y muchas gracias
ResponderEliminarUrzay.
ResponderEliminarExcelente entrada, y muy buena la recomendación que nos haces sobre las ediciones tempranas de Byron.
Saludos.
Gracias, Marco. Realmente sorprende lo de las ediciones de Byron, limitándolo incluso a las realizadas en vida del autor, aunque fueran muchas. Mirando ahora, por simple curiosidad, encuentro en un momento los tres volúmenes de esta misma edición en lo que parece la rústica original, algo gastada, por poco más de lo que vale cualquier libro reciente en la actualidad. Por no entrar en el mundo del tomo suelto, que en este caso no es demasiado sangrante, pues cada tomo de las colecciones de obras de Byron que editó Murray suelen contener una o varias obras completas. Quizás se podía dedicar una entrada a estas cuestiones de mercado, siempre curiosas.
ResponderEliminarSaludos.
Qué fecunda fue la fábula de Leandro Y Hero en el Siglo de Oro, tanto que se convirtió prácticamente en un tópico, tratado tanto como imagen nostálgica de las penas y trabajos del amor como de contraimagen chistosa de lo mismo. Excelente artículo, Urzay.
ResponderEliminarSaludos.
Coincidiendo con esto que comentas, precisamente pensé hacer la entrada porque en el libro de Lofrasso del que trata la entrada anterior (más o menos) se incluye sin atribución el soneto de Garcilaso sobre este tema (Pasando el mar Leandro el animoso), al que sigue una curiosa glosa en catorce octavas reales cuyo último verso va siendo por orden el correspondiente al soneto. Era en efecto un tema recurrente, ¡pero a nadie se le había ocurrido tirarse al agua, a ver si se podía hacer! Muchas gracias por tu comentario, Ricardo.
ResponderEliminarSaludos