Ha pasado algo más de una semana desde el apocalipsis nuclear. Días atrás, los medios de comunicación nos abrumaban con titulares devastadores. Las miles de víctimas del terremoto y, sobre todo, del posterior maremoto, poco parecían importar ante el inminente desastre. La región de Tōhoku, la de Kantō, incluso el Japón entero estaban sumidos en el caos, quien sabe si condenados a desaparecer del mapa de la vida. Las pastillas de yodo se agotaban en las farmacias estadounidenses, la más humilde sal yodada en China, en Europa se hacían previsiones meteorológicas para anticipar la trayectoria de las nubes radioactivas y el máximo responsable de energía de la Unión Europea profetizaba el apocalipsis en cuestión de horas. Todo esto empieza a parecer increíble, pero es real. Ha pasado una semana y hay que empezar a buscar en los diarios las informaciones sobre Japón, porque ya no nos atropellan como antes; otras imprescindibles catástrofes reclaman nuestra atención. Estos días la páginas culturales de algunos medios han tenido al menos el buen gusto de aprovechar esta crisis para hablar de literatura japonesa. Se pueden leer numerosas recomendaciones y algunas novedades en el suplemento literario Babelia, en su blog, Papeles perdidos, y en la sección de libros del diario ABC. He repasado con interés sus numerosas recomendaciones y al final queda una cierta desazón. Tanta guerra mundial, tanto sufrimiento interior contenido, tanto dolor, tanta pérdida. Como tengo debilidad por las listas, no resisto la tentación de hacer desenfadadamente una propuesta alternativa:
El libro de la almohada, de Sei Shōnagon. No es un libro de ficción, y tampoco propiamente un diario, al estilo de los contemporáneos de Murasaki Shikibu o de Sarashina. Se puede leer de principio a fin, pero no es imprescindible, es más, se puede leer como se quiera. La autora va describiendo sensaciones, experiencias cotidianas, ideas que pasan por su cabeza, listas de cosas, todo ello sin mucho orden, y acaba componiendo un delicado y sutil retrato, no ya de su época, sino de la sensibilidad humana. De este libro hay también una selección realizada por Borges y María Kodama, pero la traducción de Amalia Sato es, en mi opinión, muy superior. Si tuviera que elegir un sólo libro de toda la literatura japonesa, sin duda sería éste.
Genji monogatari, de Murasaki Shikibu. Para nuestra vergüenza, durante mucho tiempo hubo en español tan sólo una versión parcial de este libro, el gran clásico de las letras japonesas. Hace tan sólo 5 años dos editoriales, Destino y Atalanta, publicaron por fin su versión íntegra. Lo hicieron a la vez. Y ambas a partir de traducciones al inglés, la clásica de Arthur Waley y la reciente de Royall Tyler, respectivamente. Describe un mundo sofisticado y perdido, el de la corte imperial de Heian Kyō a finales del siglo X, pero no como Shōnagon, sino en forma de narración, relatando la historia del príncipe Genji. He leído la versión de Atalanta y una parte de la de Destino. También un pequeño fragmento traducido directamente del japonés por Kayoko Takagi, en las notas de su versión del Cuento del cortador de bambú. Creo que tanto la traducción de Waley como la de Tyler transmiten buena parte de la belleza, de la extremada sutileza de este libro fascinante, al menos la que un lector occidental de este siglo puede llegar a percibir, pero....¿alguien podría animar a Kayoko Takagi para que lo traduzca entero?
Hyakunin Isshu (Cien poetas, cien poemas). Aunque ya del período Kamakura, esta popular antología, -donde casi tan importante como los poemas individuales es el criterio del poeta Fujiwara no Teika, su compilador-, procede en su mayoría de las principales antologías del período Heian: Manyōshu, Kokinshu, etc. Son poemas breves, llamados tanka, de cinco versos de 5,7,5,7 y 7 sílabas, de los cuales los tres primeros plantean un tema que se suele resolver en los dos últimos. Se difundieron enormente durante el período Edo en la forma de un juego de cartas en dos barajas, -una con los poemas completos y otra sólo con sus finales-, consistente en que al oir los tres primeros versos de un poema, cada jugador debía tratar de asociarlos rápidamente con la carta en la que estaban escritos los dos últimos. Esta edición de Hiperión acompaña las reproducciones de los grabados de uno de estos juegos, a partir de una edición japonesa tardía.
Amores de un vividor, de Saikaku Ihara. La editorial lo presenta como la primera novela realista japonesa, una suerte de novela picaresca. Y realista verdaderamente lo es. Retrata vívamente en numerosos episodios las andanzas, sobre todo amorosas, de cierto Yonosuke, y con ellas la vida cotidiana del período Edo. Inaugura en literatura un género que surge a la vez que en pintura las famosas estampas ukiyo-e, con las que comparte temática. Y está traducida por Fernando Rodríguez Izquierdo, una garantía.
Sendas de Oku, de Matsuo Bashō. Su autor, contemporáneo y conocido de Saikaku, viene siendo considerado el gran maestro del haiku. Con cerca de 40 años se convirtió al budismo Zen, y emprendió una serie de viajes de peregrinación, hasta su muerte 10 años después. Este libro es un itinerario poético de uno de estos viajes, el último que pudo completar. Hay una edición magnífica de Fondo de Cultura Económica, México, 2005, con la traducción de Eikichi Hayashiya y Octavio Paz, ilustrada con los dibujos de otro poeta y pintor posterior, Yosa Buson. Más fácil de encontrar es la traducción de Antonio Cabezas en Hiperión, dotada de la fuerte personalidad de su traductor. Y esto no tiene sentido negativo, en todo caso lo contrario.
Cuentos de luna y de lluvia, de Ueda Akinari. Escrito a finales del siglo XVIII, este libro viene siendo considerado el gran clásico japonés de la literatura fantástica. Consta de nueve relatos entre lo real y lo sobrenatural, algunos de cuyos títulos, -”La cabaña entre las cañas esparcidas”, “La impura pasión de una serpiente”-, ya sólo por sí mismos invitan a su lectura. Hearn, que sale a continuación, adaptó algunos. La traducción, magnífica, fue realizada en México por Kazuya Sakai en 1967, pero se encuentra sin problemas, publicada por Trotta.
En el país de los dioses, de Lafcadio Hearn. Es una selección de escritos sobre Japón de este autor poco común. Los prefiero quizás a sus adaptaciones de cuentos y leyendas japonesas. De todos los que hay traducidos, este volumen de Acantilado es del que mejor recuerdo tengo, aunque de los que he leído ninguno defrauda. O quizás es que yo ya estoy perdido para la causa de la objetividad. Hace tiempo vi una exposición de fotografías japonesas del siglo XIX del fondo del precario pero muy recomendable Museo de Arte Oriental de Valladolid. Este libro es como ver esas imágenes.
Kokoro, de Soseki Natsume. En los últimos años se está traduciendo bastante a Natsume, aunque curiosamente es de los pocos escritores que hace tiempo ya habían sido traducidos directamente del japonés. Me gustó Botchan, algo menos Sanshiro, y tengo al gato esperando hace tiempo. Como quiero incluirlo en la lista, voy a elegir éste libro porque también me gustó en su día y es bastante menos conocido. Cuenta la historia de un maestro y su discípulo, y con ella muchas otras cosas.
El libro del té, de Okakura Kakuzō. Este libro fue escrito originalmente en inglés, no en japonés, por su autor, mientras dirigía el departamento oriental del Museo de Boston. El tema parece tan simple como su título, habla del té, o del acto de tomar el té. Pero después de haberlo leído es difícil que cualquier lector occidental no empiece a comprender por qué este acto en apariencia banal se considera con naturalidad en China y Japón una de las formas del arte, y cómo a partir de él se revela toda una filosofía de la existencia humana.
El Maestro de Go, de Yasunari Kawabata. No me resulta fácil elegir un libro de Kawabata. De todos los autores del Japón contemporáneo, es el único del que he tratado de leer casi todo lo que se ha ido traduciendo. Su estilo es sencillo pero hondo. Es fácil adivinar en él el esforzado camino por llegar a la simplicidad, muchas veces impregnada de una indefinible tristeza. Podía haber puesto aquí La casa de las bellas durmientes, Lo bello y lo triste o País de nieve, pero he preferido elegir hoy este libro aparentemente trivial. Narra un match real de go, pero no hace falta saber jugar al go para leerlo, aunque quizás sí tener un cierto interés en los juegos complejos de tablero, como el mismo go, el ajedrez, el shogi o el othello. En el prólogo, Anna Kazumi Stahl dice que este libro es algo así como si Faulkner o Coetzee hubieran sido enviados por algún periódico a cubrir el famoso mundial de ajedrez entre Fischer y Spassky, y tiene razón. Recuerdo el inicio de Raging Bull, de Martin Scorsese, donde un boxeador se mueve lentamente por el ring lanzando golpes al aire mientras suena el Intermedio sinfónico de Cavalleria Rusticana, y es una metáfora de la vida. Este libro es otra.
El Samurai, de Shusaku Endo. En las recomendaciones de los artículos que han dado pie a esta entrada se mencionan antes otros libros de Endo, quizás por la novedad, en concreto uno que relata los experimentos médicos con prisioneros enemigos durante la Segunda Guerra Mundial. Pues no. Prefiero con diferencia este otro. Pocos conocen la historia de la embajada de Hasekura, un samurai al servicio del daimyo de la ciudad de Sendai que fue enviado durante el reinado de Felipe III en misión diplomática que duró varios años a la Nueva España, España y el Vaticano. En este libro, Endo cuenta esta historia que transcurre durante el llamado siglo ibérico del Japón, y que también es nuestra. O al menos de los descendientes que todavía quedan en Coria del Río, cerca de Sevilla, de algunos de aquellos japoneses que vinieron con Hasekura y se quedaron para siempre.
A diferencia de Kawabata, en otro tiempo leí insistentemente a Mishima pero hace muchos años ya que no encuentro excusa para volver a hacerlo. Aún así, me resulta imposible pensar en la literatura japonesa y dejarlo de lado. He escogido la tetralogía El mar de la fertilidad, porque en ella están todos los temas que preocuparon a Mishima, al menos al Mishima que conocemos por sus libros traducidos, por el estudio de Yourcenar, por la película de Schrader: la preservación de la pureza, el conocimiento de la tradición, el honor, la dignidad personal... Y también está casi todo el Japón del siglo XX, porque desde los años 80 casi se podría decir que están en el siglo XXI. Mishima se suicidó de la forma que todos conocemos a las pocas horas de terminar el último de estos libros, La corrupción de un ángel. Pensaba, imagino, que ya lo había dicho todo.
Samurai, de Hisako Matsubara. Como el libro de Okakura Kakuzō, o como otro que podría haber incluído en esta lista, Un artista del mundo flotante, de Kazuo Ishiguro, este libro no está escrito originalmente en japonés. Su autora vive en Alemania, y lo escribió en alemán. No cuenta la historia de un samurai del período Edo, como su título podría sugerir, sino una historia de amor, tal como dice con razón el controvertido autor del prólogo, que no nombraré para no ganarme enemigos, pero al que estaré eternamente agradecido por haberlo recomendado en un programa de libros que entonces presentaba en la televisión. Es uno de los primeros libros japoneses que leí, tendría yo unos 18 años. Me pareció tan bello que no he vuelto a leerlo, me da miedo alterar ese recuerdo.
Amores de un vividor, de Saikaku Ihara. La editorial lo presenta como la primera novela realista japonesa, una suerte de novela picaresca. Y realista verdaderamente lo es. Retrata vívamente en numerosos episodios las andanzas, sobre todo amorosas, de cierto Yonosuke, y con ellas la vida cotidiana del período Edo. Inaugura en literatura un género que surge a la vez que en pintura las famosas estampas ukiyo-e, con las que comparte temática. Y está traducida por Fernando Rodríguez Izquierdo, una garantía.
Sendas de Oku, de Matsuo Bashō. Su autor, contemporáneo y conocido de Saikaku, viene siendo considerado el gran maestro del haiku. Con cerca de 40 años se convirtió al budismo Zen, y emprendió una serie de viajes de peregrinación, hasta su muerte 10 años después. Este libro es un itinerario poético de uno de estos viajes, el último que pudo completar. Hay una edición magnífica de Fondo de Cultura Económica, México, 2005, con la traducción de Eikichi Hayashiya y Octavio Paz, ilustrada con los dibujos de otro poeta y pintor posterior, Yosa Buson. Más fácil de encontrar es la traducción de Antonio Cabezas en Hiperión, dotada de la fuerte personalidad de su traductor. Y esto no tiene sentido negativo, en todo caso lo contrario.
Cuentos de luna y de lluvia, de Ueda Akinari. Escrito a finales del siglo XVIII, este libro viene siendo considerado el gran clásico japonés de la literatura fantástica. Consta de nueve relatos entre lo real y lo sobrenatural, algunos de cuyos títulos, -”La cabaña entre las cañas esparcidas”, “La impura pasión de una serpiente”-, ya sólo por sí mismos invitan a su lectura. Hearn, que sale a continuación, adaptó algunos. La traducción, magnífica, fue realizada en México por Kazuya Sakai en 1967, pero se encuentra sin problemas, publicada por Trotta.
En el país de los dioses, de Lafcadio Hearn. Es una selección de escritos sobre Japón de este autor poco común. Los prefiero quizás a sus adaptaciones de cuentos y leyendas japonesas. De todos los que hay traducidos, este volumen de Acantilado es del que mejor recuerdo tengo, aunque de los que he leído ninguno defrauda. O quizás es que yo ya estoy perdido para la causa de la objetividad. Hace tiempo vi una exposición de fotografías japonesas del siglo XIX del fondo del precario pero muy recomendable Museo de Arte Oriental de Valladolid. Este libro es como ver esas imágenes.
Kokoro, de Soseki Natsume. En los últimos años se está traduciendo bastante a Natsume, aunque curiosamente es de los pocos escritores que hace tiempo ya habían sido traducidos directamente del japonés. Me gustó Botchan, algo menos Sanshiro, y tengo al gato esperando hace tiempo. Como quiero incluirlo en la lista, voy a elegir éste libro porque también me gustó en su día y es bastante menos conocido. Cuenta la historia de un maestro y su discípulo, y con ella muchas otras cosas.
El libro del té, de Okakura Kakuzō. Este libro fue escrito originalmente en inglés, no en japonés, por su autor, mientras dirigía el departamento oriental del Museo de Boston. El tema parece tan simple como su título, habla del té, o del acto de tomar el té. Pero después de haberlo leído es difícil que cualquier lector occidental no empiece a comprender por qué este acto en apariencia banal se considera con naturalidad en China y Japón una de las formas del arte, y cómo a partir de él se revela toda una filosofía de la existencia humana.
El Maestro de Go, de Yasunari Kawabata. No me resulta fácil elegir un libro de Kawabata. De todos los autores del Japón contemporáneo, es el único del que he tratado de leer casi todo lo que se ha ido traduciendo. Su estilo es sencillo pero hondo. Es fácil adivinar en él el esforzado camino por llegar a la simplicidad, muchas veces impregnada de una indefinible tristeza. Podía haber puesto aquí La casa de las bellas durmientes, Lo bello y lo triste o País de nieve, pero he preferido elegir hoy este libro aparentemente trivial. Narra un match real de go, pero no hace falta saber jugar al go para leerlo, aunque quizás sí tener un cierto interés en los juegos complejos de tablero, como el mismo go, el ajedrez, el shogi o el othello. En el prólogo, Anna Kazumi Stahl dice que este libro es algo así como si Faulkner o Coetzee hubieran sido enviados por algún periódico a cubrir el famoso mundial de ajedrez entre Fischer y Spassky, y tiene razón. Recuerdo el inicio de Raging Bull, de Martin Scorsese, donde un boxeador se mueve lentamente por el ring lanzando golpes al aire mientras suena el Intermedio sinfónico de Cavalleria Rusticana, y es una metáfora de la vida. Este libro es otra.
El Samurai, de Shusaku Endo. En las recomendaciones de los artículos que han dado pie a esta entrada se mencionan antes otros libros de Endo, quizás por la novedad, en concreto uno que relata los experimentos médicos con prisioneros enemigos durante la Segunda Guerra Mundial. Pues no. Prefiero con diferencia este otro. Pocos conocen la historia de la embajada de Hasekura, un samurai al servicio del daimyo de la ciudad de Sendai que fue enviado durante el reinado de Felipe III en misión diplomática que duró varios años a la Nueva España, España y el Vaticano. En este libro, Endo cuenta esta historia que transcurre durante el llamado siglo ibérico del Japón, y que también es nuestra. O al menos de los descendientes que todavía quedan en Coria del Río, cerca de Sevilla, de algunos de aquellos japoneses que vinieron con Hasekura y se quedaron para siempre.
A diferencia de Kawabata, en otro tiempo leí insistentemente a Mishima pero hace muchos años ya que no encuentro excusa para volver a hacerlo. Aún así, me resulta imposible pensar en la literatura japonesa y dejarlo de lado. He escogido la tetralogía El mar de la fertilidad, porque en ella están todos los temas que preocuparon a Mishima, al menos al Mishima que conocemos por sus libros traducidos, por el estudio de Yourcenar, por la película de Schrader: la preservación de la pureza, el conocimiento de la tradición, el honor, la dignidad personal... Y también está casi todo el Japón del siglo XX, porque desde los años 80 casi se podría decir que están en el siglo XXI. Mishima se suicidó de la forma que todos conocemos a las pocas horas de terminar el último de estos libros, La corrupción de un ángel. Pensaba, imagino, que ya lo había dicho todo.
Samurai, de Hisako Matsubara. Como el libro de Okakura Kakuzō, o como otro que podría haber incluído en esta lista, Un artista del mundo flotante, de Kazuo Ishiguro, este libro no está escrito originalmente en japonés. Su autora vive en Alemania, y lo escribió en alemán. No cuenta la historia de un samurai del período Edo, como su título podría sugerir, sino una historia de amor, tal como dice con razón el controvertido autor del prólogo, que no nombraré para no ganarme enemigos, pero al que estaré eternamente agradecido por haberlo recomendado en un programa de libros que entonces presentaba en la televisión. Es uno de los primeros libros japoneses que leí, tendría yo unos 18 años. Me pareció tan bello que no he vuelto a leerlo, me da miedo alterar ese recuerdo.
Al sur de la frontera, al oeste del sol, de Haruki Murakami. Con Murakami me pasa que nada de lo que leo de él me entusiasma, y sin embargo reincido, no sé si porque es un escritor que me cae bien, simple y arbitrariamente. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo no se la recomendaría a nadie, pero este libro, o Tokyo Blues, o Sputnik, mi amor, no me parecieron mal.
Kitchen, de Banana Yoshimoto, una escritora de la generación de Murakami que fue traducida y conocida en nuestro país mucho antes que aquel, pero ha quedado algo oscurecida por su éxito. Este libro lo leí hace bastantes años, cuando salió, y tengo buen recuerdo de él, aunque quizás mejor del pequeño relato que lo cierra, Moonlight shadow. Alguien que tiene el buen humor de adoptar el nombre artístico de Banana merece sin duda ser tenido en cuenta en esta lista.
Con éste hacen 15, y ya está bien. Algunos de los libros de esta lista figurarían en cualquiera que pudiera hacer, otros simplemente se dejan leer. Por supuesto no pretende reflejar la literatura japonesa en su conjunto, ni tampoco es un canon personal. Simplemente es la lista que se me ocurre hoy, a la vista de las que he ido leyendo publicadas en la prensa, y después de estos días histéricos. Ha pasado algo más de una semana pero todavía un puñado de personas trabaja con determinación día y noche exponiendo su propia vida para evitar lo que casi todos los medios de comunicación occidentales han vendido como inevitable. En japonés, cuando alguien se enfrenta a un reto, se suele utilizar una expresión verbal, ganbare! o ganbarimasu!, que puede ser traducida como ¡ánimo! Es sabido que el japonés adopta varios grados de formalidad en el lenguaje, según sea la relación que mantenga con su interlocutor. Voy a cerrar esta entrada con esta expresión, en la forma que conozco que expresa un mayor grado de respeto. Ganbatte kudasai.
Kitchen, de Banana Yoshimoto, una escritora de la generación de Murakami que fue traducida y conocida en nuestro país mucho antes que aquel, pero ha quedado algo oscurecida por su éxito. Este libro lo leí hace bastantes años, cuando salió, y tengo buen recuerdo de él, aunque quizás mejor del pequeño relato que lo cierra, Moonlight shadow. Alguien que tiene el buen humor de adoptar el nombre artístico de Banana merece sin duda ser tenido en cuenta en esta lista.
Con éste hacen 15, y ya está bien. Algunos de los libros de esta lista figurarían en cualquiera que pudiera hacer, otros simplemente se dejan leer. Por supuesto no pretende reflejar la literatura japonesa en su conjunto, ni tampoco es un canon personal. Simplemente es la lista que se me ocurre hoy, a la vista de las que he ido leyendo publicadas en la prensa, y después de estos días histéricos. Ha pasado algo más de una semana pero todavía un puñado de personas trabaja con determinación día y noche exponiendo su propia vida para evitar lo que casi todos los medios de comunicación occidentales han vendido como inevitable. En japonés, cuando alguien se enfrenta a un reto, se suele utilizar una expresión verbal, ganbare! o ganbarimasu!, que puede ser traducida como ¡ánimo! Es sabido que el japonés adopta varios grados de formalidad en el lenguaje, según sea la relación que mantenga con su interlocutor. Voy a cerrar esta entrada con esta expresión, en la forma que conozco que expresa un mayor grado de respeto. Ganbatte kudasai.
Una lista sugerente y personal llena de conocimiento directo.
ResponderEliminarGanbatte kudasai
Te agradezco el comentario, Galderich, La verdad es que algunos de estos no los veo citados casi nunca, y están bien.
ResponderEliminarReconozco mi casi total ignorancia en literatura japonesa. Pero voy a leer alguno de los que aconsejas.
ResponderEliminarUn abrazo, Alfonso
Espero que encuentres alguno interesante entonces.
ResponderEliminarUn abrazo
Como Bach también te digo que mis lecturas de literatura japonesa han sido escasísimas (muy poco de Murakami y últimamente Yasutaka Tsutsui, que tiene cuentos muy buenos), pero tu lista me anima a leer más. Me atraen mucho tus comentarios sobre los libros de Endo y Kawabata. Creo que empezaré por ellos. ¿Buena elección para empezar?
ResponderEliminarUn abrazo.
Te recomiendo «Música» de Mishima. La historia de una mujer que no puede oir la música, pero sí las palabras. Y hasta aquí puedo leer...
ResponderEliminarPor cierto que lo del apocalipsis ya no me lo creo desde lo de la fiebre del pollo. El dia que de verdad ocurra me pillara leyendo o cenando, pero no van a conseguir que viva con miedo para que me este pendiente de lo que dicen y asi poder venderme yogures con cosas activas.
ResponderEliminarCreo que ambos están muy bien, buena elección. Sobre la embajada de Hasekura, hace 30 años, cuando salió el libro, se sabía poco por aquí, ahora algo más, pero ¡qué poco partido se saca en nuestro país de estas cosas!
ResponderEliminarLo del apocalipsis, encima de la desgracia que ya tienen, viene este señor Oettinger y cómodamente desde su casa alemana hace tremendismo. Al menos ha conseguido que los contadores geiger se agoten en Francia, según he leído ayer. Alguien se lo agradecerá, me temo. Pero tú sigue comprando los yogures de siempre :-)
Un saludo a los dos
Un tema desconocido para mí. Fantástico.
ResponderEliminarMuy buena lista, la mayor parte ya los leí (son estupendos) . Propongo a Osamu Dazai, Mori Ogai, Masahiko Shimada y Akiyuki Nosaka. Saludos.
ResponderEliminarEdiciones Angria (Caracas, 2001) publicó una traducción del escritor venezolano Douglas A. Palma, con notas filológicas e históricas, del Hyaku-nin Isshuu, unos sesenta poemas.
ResponderEliminarPues dicho queda. Muchas gracias por aportar la referencia.
EliminarEcho de menos algo de Akutagawa "El dragón, Rashomon y Otros cuentos". Y como no, "Musashi" de Eiji Yoshikawa.
ResponderEliminarGracias por hacer esta lista es muy ilustrativa desde hace unos días que había "escuchado"por ahí(Bueno lo leí en un libro).Acerca de Tokyo Blues.Y me encanto tu comentario sobre no alterar el recuerdo que te dejó Samurai, de Hisako Matsubara. Si algún día escribo uno espero no te moleste que te robe la frase -Me pareció tan bello que no he vuelto a leerlo, me da miedo alterar ese recuerdo.-.
ResponderEliminarY Eiji Yoshikawa no entro? :(
ResponderEliminarA mi me interesa saber como conseguiste el Hyakunin Isshu.
ResponderEliminarEn España lo encuentras sin problemas en cualquier librería en la red, en Casa del Libro, por ejemplo, porque sigue estando en catálogo de la editorial. En América hispana quizás sea más difícil, dependiendo del país. En Argentina creo que ha habido bastantes problemas estos años con la circulación de libros, en México quizás sea más fácil, depende del país donde vivas. Así de deplorable está el acceso a las publicaciones en nuestro idioma entre los países que hablamos español: en internet lo puedes adquirir sin problemas, pero después que te llegue más fácilmente o no depende de la normativa aduanera de cada país.
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