Voy a abandonar el acogedor silencio del verano para reanudar este blog con el desenfado que merecen estos tiempos crispados, siguiendo una propuesta de otro, el muy recomendable Las luciérnagas no usan pilas, que hace unos días invitaba a sus lectores a elegir los tres libros más raros que pudiera encontrar cada uno en su biblioteca. No se me ocurre ningún otro que me produzca una extrañeza equivalente al que he elegido, así que reduciré la propuesta a uno solo. El concepto de rareza en el ámbito del libro antiguo suele referirse a la escasez de ejemplares conservados de una edición determinada. Hay incluso quien, como Salvá, se ocupó de establecer toda una jerarquía en la gradación de la rareza de un libro, todavía en uso entre bibliófilos. De este concepto participan algunos libros que han pasado ya por estas páginas, pero preferiría centrarme en lo que la rareza de un libro o de cualquier cosa significa para nosotros en el lenguaje cotidiano, que es realmente el objeto de la propuesta. El libro que creo más raro de los que tengo es una edición de 1767 de un Comentario de la llamada guerra de Esmalcalda escrito por Luis de Ávila y Zúñiga, en octavo. Me llamó la atención porque hace algún tiempo que me vengo interesando por los círculos de eruditos y humanistas que se movían en la administración durante los reinados de Carlos V y de Felipe II, y Luis de Ávila es un personaje relevante de esos círculos, cuya cercanía al emperador le otorgaba una influencia no desdeñable, como se sabe por los testimonios de Pietro Aretino o Páez de Castro. De esta relación histórica de las campañas que dieron lugar a la batalla de Mühlberg fueron impresas varias ediciones en Venecia (1548, 1552, 1553), Salamanca (1549), Zaragoza (1550, 1551), y Amberes (1549, 1550), al hilo de los hechos narrados. En los mismos años se publicaron también traducciones al italiano (1548, 1549), latín (1550), francés (1550, 1551) e inglés (1555). Pero al perder actualidad, el Comentario cayó en el olvido editorial, hasta reaparecer fugazmente en 1620 en latín, en 1672 en francés, o ya mucho después, en esta edición madrileña del siglo XVIII. No es un libro raro en términos bibliográficos ni de mercado, pues se pueden encontrar bastantes ejemplares de la edición en bibliotecas públicas españolas, y unos cuantos más en el comercio del libro antiguo. Está además reproducido en la Biblioteca Digital Hispánica o Google Books, y editado en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Lo que hace de éste un libro sorprendente es que se conserva tal como salió de las prensas en 1767, es decir, plegado en cuadernillos de papel sin cortar y sin coser, de manera que al desplegarlos se aprecia el pliego original completo con la composición de páginas impresas. Para leerlo hace falta una mesa entera sobre la que ir girando el pliego según se acaba cada página. Los cuadernos están ordenados y atados como un pequeño legajo, con un cordel de cáñamo sujeto con nudo archivero. El primero y el último tienen solo dos hojas, utilizando la cuarta parte del pliego, y del penúltimo se ha cortado una sección para doblarlo de manera peculiar. El papel es de magnífica calidad, como ocurre con frecuencia en la imprenta hispánica de este período, y se conserva como si hubiera sido impreso ayer, con el suave relieve negro de cada letra perceptible al tacto.
El libro se lo cambié hace unos años a un librero anticuario que muy amablemente accedió a permutarlo por dos míos: una edición de Gil Blas de principios del siglo XIX encuadernada en pasta española, y una edición de bibliófilo de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia, de la colección que editaron entre 1871 y 1896 el librero José Sancho Rayón, al que llamaban el Culebro, y el bibliófilo Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del Valle. Ambos libros estaban en buen estado. Esto lo comento no solo como curiosidad, sino para que se pueda valorar quién salió ganando con el cambio. Creo sinceramente que fui yo. La fascinación de un libro antiguo suele estar precisamente en el tiempo que ha pasado por él, en la posibilidad de leer un texto como lo leyeron los lectores en su época e incluso en la huella que esos lectores fueron dejando en su encuadernación o en sus páginas. En este caso, por el contrario, está en el tiempo que parece no haber pasado, como si hubiese quedado suspendido en un taller de imprenta o en la trastienda de un mercader de libros, de la misma forma que nos fascina un vestigio arqueológico o el dibujo preparatorio de una pintura inacabada. No hay vez que mi mirada se detenga en este libro sobre la estantería que no piense cómo puede haber sobrevivido de esta manera después de dos siglos y medio de mano en mano.
El libro se lo cambié hace unos años a un librero anticuario que muy amablemente accedió a permutarlo por dos míos: una edición de Gil Blas de principios del siglo XIX encuadernada en pasta española, y una edición de bibliófilo de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia, de la colección que editaron entre 1871 y 1896 el librero José Sancho Rayón, al que llamaban el Culebro, y el bibliófilo Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del Valle. Ambos libros estaban en buen estado. Esto lo comento no solo como curiosidad, sino para que se pueda valorar quién salió ganando con el cambio. Creo sinceramente que fui yo. La fascinación de un libro antiguo suele estar precisamente en el tiempo que ha pasado por él, en la posibilidad de leer un texto como lo leyeron los lectores en su época e incluso en la huella que esos lectores fueron dejando en su encuadernación o en sus páginas. En este caso, por el contrario, está en el tiempo que parece no haber pasado, como si hubiese quedado suspendido en un taller de imprenta o en la trastienda de un mercader de libros, de la misma forma que nos fascina un vestigio arqueológico o el dibujo preparatorio de una pintura inacabada. No hay vez que mi mirada se detenga en este libro sobre la estantería que no piense cómo puede haber sobrevivido de esta manera después de dos siglos y medio de mano en mano.
Amigo Urzay:
ResponderEliminarQue ejemplar tan singular, seguro que hasta el cordel es de época. Sin duda ganaste en el cambio. No sé si en términos económicos (que también) pero además en belleza, rareza y pureza de ejemplar en condición única. ¡Enhorabuena!
Me alegro enormemente de encontrarte de nuevo por aquí, Diego. En efecto, hasta el cordel parece el original. En cuanto a rarezas bibliográficas, estoy seguro de que tú nos podrías mostrar unas cuantas mucho más singulares que ésta. Lástima que las ocupaciones profesionales te tengan un poco alejado de estas lides. Que sepas que se te echa de menos.
EliminarUn fuerte abrazo.
Urzay.
ResponderEliminar¡Asombroso!. Sin lugar a dudas saliste ganando, situación nada común ante libreros.
Yo también lo creo, Marco, pero también que en este caso fue así por generosidad del librero, no me cabe duda. A veces se comentan entre bibliófilos las peculiaridades de los libreros anticuarios (cómo no tenerlas, cuando la propia naturaleza de su negocio es tan peculiar) y es de justicia comentar también detalles como éste.
EliminarGanar o perder... ¡sólo los herederos sabrán el resultado! Mientras disfruta de una obra singular en la que puedes observar el proceso de producción de un libro de manera única.
ResponderEliminar¿Qué pasó con este ejemplar? No lo sabemos pero lo que si sabemos es que tiene unos márgenes excelentes...
Buena rareza.
Precisamente el tema de los márgenes me llama la atención porque en efecto son amplios, pero por ello el margen interior que debería corresponder a la costura de la encuadernación es quizás un poco corto, no sé si lo suficiente como para pensar que la edición no salió todo lo correcta que se pretendía. Y de los herederos, en estos casos... ¡Esperemos que tarden mucho en saberlo!
EliminarHola, Urzay. No sé si nos engaña la cámara pero algunas páginas parecen ser todavía de un blanco inmaculado.¿ Y qué nos dice lo que podría ser una marca de agua (el sol y la corona)? ¿ O acaso no lo es ?
ResponderEliminarHola C.C. Es verdad que el papel se conserva muy blanco, más de lo que parece en las fotografías, porque las tomé por la tarde con luz natural y han quedado un poco sombreadas. La que comentas es, en efecto, la marca de agua. A los dos lados parece tener también una R y una S, que se ven invertidas. ¡Ahora me doy cuenta de que tenía que haber hecho esta fotografía por el otro lado del papel!
Eliminar¡Qué ejemplar interesante! Intriga mucho pensar por qué no se habrá encuadernado, qué habrá pasado con este ejemplar en particular para haber quedado así...Fascinante.
ResponderEliminarPues realmente no sé qué pasaría, pero el librero tenía alguno más en el mismo estado que éste, y otros dos encuadernados. Quizás eso pueda sugerir parte de una tirada sin vender, pero lo asombroso es que doscientos cincuenta años después una librería tuviera todavía varios ejemplares juntos.
EliminarYup!!! Superad esto, amigos.
ResponderEliminarGrande, Urzay, grande.
Saludos luciérnagos.
¡Gracias por dejarnos echarle una ojeada a esa rareza bibliófila! Casi me cosquillean las yemas de los dedos de las ganas de tocar ese relieve y ese papel...
ResponderEliminarBelíssimo livro, Urzay. (Perdoe-me por escrever em português).
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios, así es un placer retomar el blog. Ah, y... Angelo, en portugués está perfecto.
ResponderEliminarEs un ejemplar estupendo para explicar cómo se imprimía y se terminaba por confeccionar el libro, es decir, el juego de resma a página, con ese salteado tan curioso. Ph. Gaskell –y otros– lo explicaba a base de cuadros teóricos: se ve muy bien aquí, y para que sirve el cotejo técnico en la numeración de pliegos. Eso se ha perdido (excepto en las imprentas artesanales antiguas –en Madrid hay una soberbia, la que depende del Ayuntamiento).
ResponderEliminarPor otro lado, el que se haya conservado así, como los libros sin desbarbar o abrir actuales quiere decir.... que no se ha leído nunca, al menos ese ejemplar. Recuerdo famosos casos modernos en los que el libro quedó en ese estado casi de apunto de terminarse, entre ellos los ejemplares valencianos de Miguel Hernández.... Es una historia con bifurcaciones por todos lados.
Eso es realmente lo bonito del libro, que se ve muy bien cómo era el proceso en la imprenta antigua. No es frecuente que anden rodando por el mundo en el comercio ordinario del libro este tipo de cosas, al menos en mi experiencia. Sobre las imprentas artesanales, ahora que lo comentas, he visto hace poco una iniciativa que quizás te resulte curiosa, precisamente en Madrid, en este enlace, que muestra cómo en estos tiempos todavía hay quien se lanza a esa aventura.
Eliminar¡Hombre! un escapado de la cizalla asesina. No me importaría nada que algunos de mis libros hubiesen conservado tan prístina apariencia. Desgraciadamente, sobre todo para ellos, fueron mandados a "vestir" por algún desaprensivo que debería haber sido carnicero cuando no funerario. En cuanto al trueque, no te hacía yo tan hábil en el difícil menester de tratar con un librero de viejo, porque, no hay duda de ello, ganaste por goleada.
ResponderEliminarPrecioso libro.
Un abrazo.
No creas, yo también tengo tres o cuatro asesinados con saña, aunque mucho me tiene que interesar el texto, porque la verdad es que es algo que estropea por completo la belleza del libro. Hace poco hubo una subasta en Lisboa que reseñó Rui en Tertulia bibliófila, con libros maravillosos, pero bastantes de ellos decapitados a guadaña. Recuerdo en concreto un ejemplar de principios del siglo XVI del tratado de ajedrez de Damiano absolutamente destrozado.
EliminarUn abrazo, Alfonso.
Un buen trueque, ya he escrito la nota mental de no dejar pasar una oportunidad como la tuya.
ResponderEliminarAbrazos
Hola, no sé si contestaras porque veo que esto es bastante viejo pero; Compre un libro y esto es lo más parecido que encontre, el mio se llama Agnés de Rien es de 1943 y lo que me llama la atención es que el mio si esta encuadernado, pero no tiene las paginas cortadas, si podrias darme un dato te lo agradeceria mucho, Luciano.
ResponderEliminarHola Luciano, verás, antiguamente los libros se formaban de esta manera, se plegaban los pliegos de papel impresos como ves en las fotografías que he puesto y se podían encuadernar directamente a continuación. Esto se ve mucho en ediciones de bibliófilo del siglo XIX y así. Por eso te has encontrado el tuyo en ese estado. Los libros que están como el tuyo se suelen llamar intonsos, y denotan que nadie los ha leído. Para leerlo puedes ir abriéndolo con cuidado por la linea del pliegue, con ayuda de un cortaplumas o un abrecartas, que era lo que hacían. Un saludo.
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