El 29 de marzo de 1642 el cronista Gil González Dávila mencionaba en una carta al erudito aragonés Andrés de Uztarroz cierto epistolario cortesano aparentemente escrito por un médico del rey Juan II de Castilla, Fernán Gómez de Cibdad Real, indicando que sus cartas avisaban “de muchas cosas que en aquel tiempo sucedían en Aragón y Castilla, que omitieron las historias”.
Era, que se sepa, la primera noticia de una de las más célebres imposturas de la historiografía española.
En sendas cartas de mayo y julio del mismo año, González Dávila volvía a referirse al epistolario, y finalmente lo citaba como fuente en su Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y catedrales de los Reynos de las dos Castillas, publicado en 1647. Como tal aparecía igualmente citado dos años después por el también cronista José Pellicer de Ossau y Tovar en un Memorial genealógico, y del mismo modo, en 1650, en una carta del escritor y diplomático Juan Antonio de Vera, dirigida también a Uztarroz, en la que ofrecía enviarle un ejemplar, si no lo tuviera. Desde esos años se convirtió en referencia frecuente en numerosos textos históricos o genealógicos. El libro al que todos ellos aludían, aparente reproducción de un manuscrito que contendría no sólo las epístolas dadas a la imprenta, sino también otros documentos particulares de Gómez de Ciudad Real, parecía editado en Burgos el año 1499 con la siguiente portada:
Portada del Centón Epistolario, procedente del comercio del libro antiguo (Catálogo de Subastas El Remate, 21/02/2013). Un ejemplar completo se puede consultar en la Biblioteca digital de la Universidad de Granada.
Se conocían hasta entonces libros impresos en el taller de Juan de Burgos a finales del siglo XV en la ciudad castellana, pero ninguno con el nombre de Juan de Rey. También que un Alvar Gómez de Ciudad Real había sido secretario de Enrique IV, hijo de Juan II, pero nada se sabía de Fernán Gómez. Estos indicios y diversos detalles tipográficos despertaron pronto las sospechas de los eruditos. Algunos de los que habían tomado noticias del libro, como el citado Pellicer o el genealogista Luis de Salazar y Castro, expresaron también sus reservas. El primero, en una carta de 1669, declaraba que los originales del Centón estaban adulterados por alguien cuyos motivos decía conocer; el segundo, en 1688, que el libro era una impresión veneciana viciada del original, -que más tarde atribuyó a Juan Antonio de Vera-, como era evidente por la numeración anacrónica de las hojas. En análogos términos se había pronunciado el bibliógrafo Nicolás Antonio, que en 1672, en su Bibliotheca hispana vetus, juzgó el libro como falsamente impreso con tipos antiguos o fundidos al efecto, y así lo recogerá Mayans i Siscar en 1737, atribuyendo también a Juan Antonio de Vera una edición adulterada que imitaría la hipotética original burgalesa de 1499.
En 1775, un editor que no se identifica publica el texto por segunda vez, junto a otros textos que cree coetáneos.
GOMEZ DE CIUDAD REAL, Fernán, PEREZ DE GUZMAN, Fernán, PULGAR, Fernando del, Centón epistolario del bachiller Fernán Gómez de Cibdareal. Generaciones y semblanzas del noble caballero Fernán Pérez de Guzmán. Claros varones de Castilla y Letras de Fernando de Pulgar, Madrid, en la Imprenta Real de la Gazeta, 1775.
[16], 1-184, [8], 1-248, 185-303 páginas, numeradas en dos secuencias. Con portada colectiva inicial, nota preliminar del editor y portada propia para la obra de cada autor, que se completa asímismo con sus respectivas presentaciones y tablas de contenido.
Cuarto. Piel coetánea, algo rozada, con nervios, dorados en lomera y cejas, cortes tintados. (Sobre el tejuelo: Centón epistol[ario]). Papel en perfecto estado. Las tres obras fueron concebidas para ser encuadernadas juntas (de ahí la portada inicial), pero fueron paginadas en dos secuencias: en la primera, el Centón de Gómez de Ciudad Real (pp.1-184) y las Generaciones de Pérez de Guzmán (pp.185-303); en la segunda, los Claros Varones y las Letras, de Pulgar (pp.1-248), que se cierran con un colofón. Al encuadernar el presente ejemplar, sin embargo, se alteró la secuencia de las tres obras prevista en la portada, anteponiendo el texto de Pulgar al de Pérez de Guzmán, sin percibir que se trastocaba el orden de páginas, y la ubicación del colofón. Presenta, como todos los ejemplares de la tirada con los que ha sido cotejado, una anomalía en las páginas 187-192 de la primera secuencia, que se numeran como hojas.
Esta edición de 1775, que George Ticknor y Adolfo de Castro atribuirán al erudito Eugenio Llaguno y Amírola, examina, en una noticia previa, la opinión prevalente en ese momento de que el libro era una edición contrahecha en época reciente y adulterada con fines genealógicos de un libro impreso en 1499, para concluir que no existe tal edición original de 1499, sino una sóla realizada en el siglo XVII “por persona a cuyas manos vino el protocolo de Fernán Gómez, la qual por extravagancia o por interés quiso que pareciese más antigua”. Creyendo por tanto en la autenticidad del manuscrito, -que no del impreso-, por su concordancia con la versión conocida de la Crónica de Juan II, Llaguno edita el epistolario como auténtico, con la certeza de que las interpolaciones serían mínimas en relación al conjunto del texto, datando casi todas las cartas al hilo de la crónica, y anotando algunas informaciones para facilitar su comprensión.
Sobre estos supuestos, en 1790 se publica una tercera edición. Pero ya en el siglo XIX el cotejo con otras fuentes documentales distintas a la versión que de la Crónica realizó Galindez de Carvajal acaba por desencadenar un amplio debate. Manuel José Quintana denuncia incongruencias de difícil explicación en un pasaje fundamental. Algunos eruditos, como Gayangos o Ticknor, lo reputan de falso. Otros, como Pedro José Pidal, en el esfuerzo por defender su autenticidad descubren más discordancias, como las once cartas que recogen noticias del linaje de los Vera en pasajes donde la Crónica de Juan II ni siquiera los menciona, pero que sin duda no pasaron desapercibidas a quienes opinaron desde antiguo que el texto había sido adulterado. El epistolario se convierte en tema de controversia en diversas publicaciones de la época, y pocos eruditos se abstendrán de pronunciarse. Señaladamente Adolfo de Castro, que primero en 1857 y sobre todo en 1875, publica un estudio exhaustivo defendiendo que el texto es una falsificación realizada en el siglo XVII por Gil González Dávila. Castro descubre que lo que se había tomado por garantía de autenticidad, la correlación del Centón con la Crónica de Juan II, no es sino la revelación de su fuente, puesto que el epistolario recoge escrupulosamente todos y cada uno de los errores de ésta. Con la vehemencia de quien descubre a un igual, -no en vano él mismo había urdido el pretendido Buscapié de Cervantes, que encontró incluso quien ingenuamente lo tradujo a otras lenguas-, Castro va sacando a la luz las numerosas incongruencias históricas del epistolario, las erratas, las interpolaciones interesadas de personajes en el texto, para acabar atribuyendo su autoría a Dávila, a quien cree más capaz en el manejo de la pluma y en el conocimiento de los hechos que a Vera, al que no obstante atribuye la impresión en Venecia.
Con la credibilidad histórica del Centón definitivamente en entredicho desde el siglo XIX, las investigaciones realizadas en las últimas décadas por Bruna Cinti y Carmen Fernández-Daza sobre Juan Antonio de Vera, conde de la Roca, han añadido las últimas piezas al rompecabezas.
Vera, escritor desde su juventud, en contacto con los círculos literarios sevillanos de Arguijo o Alcalá, bien conocido de Lope o Quevedo, hábil para moverse con provecho en el entorno del Conde Duque de Olivares, interesado por la genealogía, especialmente por la suya propia, afecto a los pseudónimos y las falsedades, autor entre otras obras de un tratado político de cierto éxito, El Enbaxador, había sido nombrado en 1632 embajador de la monarquía en Venecia. Tan pronto como se hizo cargo de la embajada puso en marcha una red de espías para tratar de anticiparse a las maniobras de la República Serenísima, y con el mismo objeto, fué también espiado desde su llegada por los agentes de ésta. A la eficacia del topo que los venecianos le endosaron, Agostino Rossi, un secretario de su confianza, debemos el conocimiento de buena parte de sus actividades en la ciudad italiana. Por los detallados informes de Rossi, que se llevaba los papeles del propio escritorio de Vera reponiéndolos antes de que éste pudiera darse cuenta, conocemos que el embajador montó una imprenta en la embajada con objeto de imprimir ocultamente diversos panfletos que redactaba contra Francia o el Papado, que hizo traer los tipos de Alemania, que se valía ocasionalmente de un impresor veneciano o en su defecto los daba a la imprenta en Trieste. De las prensas clandestinas que editaban estos panfletos según decidía Vera la oportunidad política debió salir también, entre 1637 y 1640, el Centón epistolario. Falta, con todo, la prueba documental. En 1636 el embajador desenmascaró al espía tendiéndole una trampa, por lo que en esa fecha cesaron los detallados informes de Rossi que podían haber revelado los detalles de la publicación. Aún sin ellos, por todos los indicios externos y un exhaustivo estudio interno del contenido y del lenguaje, que va más allá del realizado por Castro, Fernández-Daza demuestra la autoría de Vera con razonable certeza, tal como apuntaron Salazar, Mayans o Pérez Bayer.
Como en todos los enigmas, al conocer la solución uno se pregunta de qué manera pudo este libro provocar tal desconcierto tanto tiempo, si los muchos casos e sucesos e motes e chistes que en la portada legitiman su publicación no sugerían ya cierta intención burlesca, si el Juan de Rey a cuya costa se imprime no aludiría al mismo Juan de Vera, al fin y al cabo servidor del rey, si el inusual término “centón” elegido para encabezar el título no llevaría voluntariamente implícita la clave de su impostura. La primera vez que leí esta palabra la utilizaba un riguroso latinista para describir el texto del Comentario al Apocalipsis, de Beato de Liébana, un entramado de comentarios ajenos muy bien hilados. La tuve que buscar. El diccionario de la RAE lo define como una obra literaria, en verso o prosa, compuesta enteramente, o en la mayor parte, de sentencias y expresiones ajenas. De forma similar aparece en el Tesoro de Covarrubias. Bien mirado, el epistolario de Gómez de Ciudad Real no es otra cosa. De su biografía parece indudable que Vera carecía de los escrúpulos que le hubieran impedido perpetrar el engaño, pero no, desde luego, del sentido del humor imprescindible para hacerlo. No podía dejar de tenerlo quien tuvo la peregrina ocurrencia de representar al Conde Duque desnudo como Atlas en la portada de su Fernando o Sevilla restaurada. Rossi relata que redactaba entre risas las alabanzas a sí mismo que incluyó con pseudónimo en las Essequie poetiche overo lamento delle Muse Italiane in morte del signor Lope de Vega. Quevedo pide noticias de él en 1645 con palabras reveladoras: “No me escribe vuesa merced nada del venerable conde de la Roca, que me dicen ha muchos meses que está en ese lugar, y suplico a vuesa merced me avise en qué figura de demonio anda”. Ese humor se aprecia también en el Centón, en comentarios que el autor deja caer ocasionalmente, en las anécdotas que atribuye a ese bufón Pajarón, -quizás más cercano para sus coetáneos al Pejerón del lienzo del Alcázar de Madrid que al Davihuelo real de la corte de Juan II-, o en las pintorescas coplas que se le ocurrieron para rematar el epistolario. Ahora, después de trescientos años de pesquisas y contra cualquier atisbo de racionalidad, sólo faltaba que algún celoso investigador llegase a descubrir realmente el manuscrito de Fernán Gómez. Me gustaría pensar que entonces, en algún lugar fuera de nuestra comprensión, quizás pudiera escucharse una enorme carcajada.
Nota de 23 de septiembre de 2012. Finalmente he encontrado un ejemplar digitalizado del pretendido incunable de 1499. Se trata del conservado en la Biblioteca de la Universidad de Granada, que puede ser revisado íntegro en su página web.
¡Qué gozada de libro y explicación! Un artículo muy redondo con los engaños que los libros pueden traer. Para que luego digan que no nos fiemos de internet... ¿y de los libros?
ResponderEliminarBuen ejemplar con buenos márgenes y una buena encuadernación, ¡parece salido de la imprenta!
Urzay.
ResponderEliminarDisfruto mucho de las intrincadas historias de libros, sobre todo cuando se acompañan de tan extensa e interesante investigación.
Quisiera quedarme con la idea que se trató de esas buenas bromas que por fortuna de vez en cuando condimentan el mundo de los libros.
Saludos
Bellísimo ejemplar de esta edición. Estupenda y bien fundamentada instrucción de los avatares de la obra, que desconocía. Sabía de El Embaxador de Vera, sus idas y venidas en Venecia pero no que se dio allí tal vez por vez primera a la estampa el Centón. Hipótesis tan sugestiva como intrigante.
ResponderEliminarTras leer tu artículo he ido a la busca de mi ejemplar que es de la edición posterior de 1790. Me costó un buen rato de nervios localizarlo (¡hay que crear un sistema GPS de localización inmediata del libro!). La edición de 1790, que es en 8º, no lleva ya los Claros Varones.
En la tarea de expurgar el pasado Nicolás Antonio y el marqués de Mondéjar fueron determinantes. La Censura de Antonio prologada por Mayans es también de aclaradora y contundente lectura.
Por cierto, Las Generaciones semblanzas fue impresa por vez primera como parte del Mar de Historias, 1512, del que di noticia en mis primeras entradas del blog.
Muchas gracias por tan amena e instructiva entrada. ¡Saludos bibliófilos!
Ejemplar soberbio, por su calidad de imprenta, márgenes largos y muy buena encuadernación de época, con una narración bien completa y de lectura cautivante.
ResponderEliminarTus fotos ilustran de una manera perfecta esta entrada que es una excepcional muestra de lo que es el libro y su historia
Saludos bibliófilos
Galderich, Marco, al final probablemente hubo engaño y también broma. Pero todo acaba teniendo sus consecuencias prácticas: se sabe que unos años después una casa nobiliaria aprovechó ciertas noticias del Centón para apoyar una petición de grandeza de España. Por cierto, Marco, acabo de ver a través de un blog que enlazas un video en el que un librero anticuario mexicano muestra alguno de sus tesoros bibliográficos, que guarda en una caja fuerte. Curioso video, y poco común.
ResponderEliminarDiego, en efecto, la Censura de Historias Fabulosas es un hito, sobre todo por algunos excesos que hubo en el siglo XVII. Un par de veces lo he visto pasar por delante. A ver si algún día cae. Por cierto, he aprovechado para volver a echar un vistazo al Mar de Historias en tu blog, ¡qué libro impresionante!
Rui, gracias por tu comentario. Lo que comentas de las fotos, me temo que no quedó tan logrado. Me hubiera gustado incluir en la entrada una buena reproducción de la portada de la falsa edición de 1499 para que se pudiera ver bien la tipografía, y los detalles, pero no encontré ninguna buena. En casa tengo un libro que la reproduce, pero de poca calidad. A ver si consigo alguna fotografía buena de ella y la puedo añadir. Al hacer el artículo me sorprendió ver la cantidad de ejemplares que se conservan de ella en las bibliotecas institucionales.
Saludos a todos
Muchas gracias por tan elogiosa cita a mi trabajo. Un precioso artículo el suyo
ResponderEliminarCarmen Fernández Daza
La cita era obligada. Me resultó muy útil su detallado estudio sobre Juan de Vera, lo leí además después de haber leído años antes el Centón, que ya de por sí sugería interrogantes que fue muy interesante ir descifrando al hilo de su libro. Me alegra que le haya gustado el artículo, simplemente trata de contextualizar el Centón. Traté de ilustrarlo con alguna imagen de Vera, pero para mi sorpresa no encontré ningún retrato, aunque por su condición imagino que debió ser retratado más de una vez. No sé si actualmente habrá alguno identificado. Al hilo de su comentario he recordado también que quería haber puesto la portada de la falsa edición veneciana. Espero actualizarlo en breve.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias de nuevo, después de 2 años. No hay retrato alguno, si bien una sospecha en un conocido óleo que se conserva en el Prado. Un abrazo
ResponderEliminarRealmente a veces es desesperante que haya tantos retratos sin identificación en los museos, y a la vez, tantos personajes históricos que se sabe fueron retratados sin descubrir.
EliminarUn abrazo.