Al entrar en una de las más antiguas iglesias de la ciudad de León, desapercibido a más de seis metros de altura, marcándose sobre la superficie blanca del techo, parece volar un navío. Suspendido allí desde hace cientos de años, este raro exvoto sobrevive maltrecho al paso del tiempo, al olvido y a las aves. Trazadas en mayúsculas sobre el casco azul a cada uno de los lados de la quilla, todavía se leen con dificultad dos palabras: a estribor, Rebolledo; a babor, Lepanto.
Es tradición local que esta réplica fue ofrecida por Jerónimo Rebolledo, miembro de la pequeña nobleza de la ciudad, en agradecimiento por haber salvado la vida durante la batalla de Lepanto. Aunque la cronología del comitente y el tipo de barco no permiten aceptar esa tradición sin reservas, sí se sabe con certeza que Bernardino, el hijo mayor de Jerónimo, fue bautizado en esa iglesia en 1597, y catorce años después, siendo todavía un niño, se le envió a servir al rey en el mismo tremendo destino, los Tercios embarcados en las galeras de Nápoles y Sicilia. Durante 15 años el muchacho vivió la dureza del mar, y entre cañonazos, saetas, descargas de arcabuz y abordajes al arma blanca, la despiadada guerra al corso en el Mediterráneo. A pesar de ello, y mientras ascendía lentamente en su carrera militar, encontró tiempo para iniciarse en el viejo sueño caballeresco de las armas y las letras, quizás en contacto con el entorno intelectual del que se rodearon Pedro de Castro, VII conde de Lemos, en el virreinato de Nápoles, o su hermano y sucesor, Francisco, a quien dedicaría dos poemas, en el de Sicilia.
Ya casi en la treintena abandonó el Mediterráneo por Europa central, y pasó a combatir en las muchas guerras que libraba la monarquía: en la sucesión de Mantua, donde fue gravemente herido durante el segundo asedio de Casale; en Flandes, acudiendo al cerco de Maastricht, al socorro de Gueldres, a la defensa de Hulst, donde la relación del alférez Lorenzo de Cevallos lo describe en el consejo que se celebraba a la cabecera de la cama del conde de Sástago, enfermo, en el momento en que empezaron a oirse los cañonazos de los holandeses; en el Palatinado inferior, cuyo gobierno desempeñaba cuando hubo de resistir 18 meses de asedio francés en Frankenthal.
Retrato de Bernardino Rebolledo entre 1650-60, grabado por Moreno Tejada en 1778 a partir de una lámina de cobre conservada por sus herederos, acorde con las publicadas en 1657 o 1661.
Años antes, tras haber obtenido el hábito de Santiago, había entrado al servicio del cardenal-infante, que junto a mayores responsabilidades militares le asignó algunas misiones diplomáticas. A consecuencia de una de ellas Fernando II de Austria le nombró conde del Sacro Imperio. Hasta que en 1648, cuando volvía definitivamente a España, fue designado embajador en la lejana Dinamarca, con mucho tiempo por delante, y bastante poco que hacer. Si la relación que deseais es de otras materias, -escribe en 1651-, en quanto a negocios la podré hacer tan intensa que quepan en dos renglones todos los que en tres años he tratado. Lee entonces intensamente, escribe la mayoría de sus obras, las publica. Primero, en Amberes, 1650, una compilación de sus poemas y un par de piezas teatrales. Después sucesivamente, varias obras nuevas: en Colonia, 1652, un extenso poema didáctico sobre el ejercicio de las armas y el buen gobierno; en Copenhague, 1655, otro poema genealógico sobre la monarquía danesa; en Colonia, 1655 y 1657, y Amberes, 1660, una serie de versiones de algunos libros bíblicos. Todos estos textos serían definitivamente reunidos en una edición revisada de tres tomos, publicada en 1660-1661 en Amberes, en la Officina Plantiniana y recuperada más de un siglo después, en 1778, por Antonio de Sancha:
Rebolledo, Bernardino,
Ocios del conde don Bernardino de Rebolledo, señor de Irián, tomo primero, parte primera y tomo primero, parte segunda de sus obras poéticas. Con licencia. En Madrid: en la Imprenta de D.Antonio de Sancha, 1778.
[12], 436 pp., 1 grabado adicional y 437-686, [1], 381-522 pp.
Selva militar y política del conde Don Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Tomo segundo. Tercera edición. Con licencia. En Madrid: en la Imprenta de D.Antonio de Sancha, 1778.
[36], 380 pp.
Selva sagrada o Rimas sacras del conde don Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Tomo tercero. Dedicado a la magestad de Felipe quarto. Tercera edición. Con licencia. En Madrid: en la Imprenta de D.Antonio de Sancha, 1778.
[2], 472, [1] y 2 grabados adicionales.
4 Volúmenes en octavo (186 x 120 mms.) sin cortar por la cuchilla del encuadernador, cosidos y protegidos por unos simples cartones, identificados con etiquetas impresas pegadas en el lomo a modo de tejuelos que parecen ser originales de Sancha. Al final del índice de los Ocios, tomo II, p.686, una nota editorial explica la razón de que existan dos emisiones de esta edición: la presente, con las Selvas Dánicas colocadas al final de éste volumen con portadilla propia, “para que los volúmenes salgan más proporcionados”, y la inicialmente pensada, con el mismo texto junto a la Selva militar, con portada que describe ambas obras.
Esta edición de Sancha es también indicio del interés que por los escritos de Rebolledo mostraron diversos eruditos del siglo XVIII. Pocos años antes, algunos de sus textos habían sido incluídos en el Parnaso español de López de Sedano, quien esbozó además una pequeña biografía, redactada de primera mano a partir de documentos del archivo de sus sucesores, que viene siendo seguida a la letra hasta época reciente. Contra la desmesurada declaración de Sedano, “...ayudada de estas Memorias, hará su nombre inmortal”, la atención hacia su obra fue languideciendo muy pronto, y no ha vuelto a ser reeditada hasta las últimas décadas. En 1973 se identificó su biblioteca, formada por unos 200 libros legados al convento de San Marcos de León, que tras la desamortización pasaron a la biblioteca pública de la ciudad. También su testamento, en el que dotaba una capilla funeraria, hoy lamentable almacén. No me he detenido nunca en sus poemas didácticos, que Menéndez Pelayo consideró detestables, ni en sus versiones de la historia sagrada, que el mismo erudito reputó de admirables. Todos ellos me son bastante ajenos. Pero creo que no se pierde el tiempo leyendo algunos de los poemas que acabaron reuniéndose bajo el desenfadado título de Ocios, especialmente cuando algún epígrafe del índice aporta luz sobre la anécdota, a veces oscurecida por el sentido del decoro de su compilador y secretario, que eliminó versos y ocultó nombres.
Rebolledo regresó a España hacia 1662. Desempeñó desde entonces en Madrid varios cargos políticos en la gobernación de la monarquía. Uno de ellos, en la Junta de galeras, le traería sin duda el recuerdo del sol, de la pólvora, del mar. Que se sepa, no volvió a escribir. En esa película que invariablemente suele encabezar las encuestas sobre las mejores de la historia del cine, una palabra y un objeto encierran el misterio de la vida de su protagonista. Puede que en el caso de este escritor, más que en las palabras de sus libros, todo, de alguna manera, esté escrito en un objeto. Ese veler0 que parece volar, a pocos metros de la casa donde nació.
Sin duda la encuadernación de espera del ejemplar es del taller de Sancha.
ResponderEliminarVida apasionante la del conde Rebolledo con su particular Rosebud en forma de ex voto. Casta especial la de los españoles del XVII que combinaban magistralmente el ejercicio de las armas y las letras. Caracena entre ellos.
Saludos bibliófilos.
El ocio es lo contrario del negocio.
ResponderEliminar¡No me extraña que después de la estancia en Dinamarca no pudiese escribir ni un verso!
Diego, desde luego, un poco especial hay que ser para enviar a tu hijo de 14 años a pelear en galeras, Tremenda gente la de aquella época, o quizás tremenda época les tocó vivir. El velero me pareció una auténtica rareza, y muy significativa además, por eso lo puse, y además porque si algún museo no lo remedia, no tenía pinta de durar mucho. A ver si puedo conseguir una fotografía algo mejor, y algún aficionado a la historia naval nos aclara qué tipo de barco es, porque más bien parece un galeón (aunque en Lepanto no participaron sólo galeras).
ResponderEliminarGalderich, aquí el ocio y el negocio no podían ser más distintos. Claro que, en su caso, difícilmente podía llevarse el trabajo a casa.
Un abrazo a los dos.
Cada dia me gusta mas tu blog.
ResponderEliminarUn beso bibliófilo.
Gracias por tus palabras, Apolonio, que son recíprocas, y por perder tu tiempo por aquí. Tengo la esperanza de actualizarlo con más regularidad este verano. Yo también te mando un beso, que teniendo en cuenta tu nick y las celebraciones de este sábado, a cualquier lector ajeno le parecerá lo más adecuado ;-)
ResponderEliminarQuizá se pudiera completar noticia tan bien elaborada con la edición y trabajos modernos de Rafael González Cañal (de 1997), ¿no? Se han localizado 24 ejemplares de la princeps de Amberes, en la BNE hay cuatro.
ResponderEliminarDe la edición de 1660 (no sé si se ha perdido mi comentario anterior) hay cuatro ejemplares en la BNE, uno en la RAE y dos, uno de ellos deteriorado, en la BPR. En el Diccionario Filológico de Literatura Espapla, siglo XVII, 2 (en prensa) González Cañal da detalles interesantes de todo ello.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Pablo. Queda actualizada mediante los enlaces bibliográficos correspondientes a dialnet, y algún otro más que se me ha ocurrido sobre la marcha. En efecto, está así más completa.
ResponderEliminar