martes, 8 de octubre de 2013

ALGO MÁS QUE UN DICCIONARIO.

   Se sabe que los primeros humanistas del Renacimiento hacían encuadernar algunos libros de sus bibliotecas intercalando hojas en blanco entre los pliegos impresos. De esa manera podían glosar el texto de los clásicos evitando el angosto espacio que para la anotación permite un margen. Una tardía pervivencia de esta costumbre, que yo apenas conocía por una carta de  Juan Páez de Castro a Jerónimo Zurita, adquirió todo su sentido material al desenvolver un paquete postal procedente de Boston. De él salieron cuidadosamente protegidos uno a uno los seis tomos de la primera edición del Diccionario de Ceán Bermúdez.







Ceán Bermúdez, Juan Agustín, Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España. Compuesto por D. Juan Agustín Ceán Bermúdez y publicado por la Real Academia de S. Fernando, Madrid, en la imprenta de la viuda de Ibarra, 1800. 
Seis volúmenes en octavo, ([6], LX, 384 p. ; [4], 365 p. ; [4], 286 p. ; [4], 397 p. ;[4], 353 p. ; [6], 384 p.) encuadernados en holandesa con planos, guardas y cortes jaspeados a juego, y lomos nervados sin tejuelos, con la identificación grabada en oro directamente sobre la piel. Todos ellos con su propia portada con el emblema de la Academia grabado, precedida de anteportada con identificación del tomo. Sobre las guardas, etiquetas antiguas de librería en distintos colores.



    Al abrir cada volumen se descubren varias hojas en blanco al principio y al final del texto impreso. Según se inicia éste, a cada hoja salida del taller de Ibarra sigue invariablemente otra sin imprimir de verjurado y textura en todo similares. Hay que examinarlas al trasluz para descubrir en éstas una filigrana distintiva, Sainte Marie. El detalle foráneo podría sugerir que quien hizo encartar todas estas hojas con tanto cuidado en los pliegos originales fuera también responsable de su encuadernación, pues la descripción del Diccionario está grabada sobre el lomo de cada volumen en dos idiomas, castellano y francés. Tuvo que hacerlo antes de 1875. El límite cronológico lo aportan varias etiquetas antiguas adheridas sobre las guardas que nos trasladan a Faesy & Frick, una librería especializada en libros extranjeros durante el sugerente siglo XIX vienés. La empresa todavía subsiste y sigue teniendo un establecimiento en el número 27 del Graben. Gracias a ello sabemos que el libro debe haberse vendido entre 1868 y 1875, pues la primera es la fecha en la que se asocian Georg Paul Faesy y W.J.Carl Frick abriendo un comercio de libros en el número 22 del Graben (que figura en las etiquetas), y la segunda la de su traslado a un edificio de nueva construcción en el 27 de la misma calle. Todas las publicaciones de ambos socios desde 1875 registran ya esta dirección, como se observa por ejemplo en el Arte, vocabulario y tesoro de la lengua tupí o guaraní, de Antonio Ruiz de Montoya. La encuadernación no puede ser posterior, pero desconozco si ese sutil juego con el jaspeado de sus planos, guardas y cortes será realmente centroeuropeo o francés.




El Graben de Viena a finales del siglo XIX.

   Tan generosa adición de papel, que dobla el grosor habitual de los tomos, quedó sin utilizar. Dos breves notas apenas iniciadas a pluma son todo lo que se puede encontrar después de un minucioso examen. Sin embargo, que alguien pensara dar a este libro la dignidad reservada siglos atrás a los clásicos es significativo de la magnitud de su empeño. Más de veinte años empleó Juan Antonio Ceán Bermúdez en la compilación meticulosa de cuantas noticias artísticas, bibliográficas o documentales pudo encontrar sobre la historia de las artes plásticas en España. No solo revisó por completo la tratadística anterior o descubrió nuevas fuentes inéditas sino que sometió todo ello al escrutinio de los archivos, donde trató de documentar cada dato que registraba. No pudo hacerlo sin la ayuda de numerosos colaboradores, empezando por Jovellanos, su protector y amigo entrañable. Toda la empresa está resumida en las treinta y cuatro páginas del prólogo. Sigue después una breve introducción que viene a ser un anuncio de su posterior Historia del arte de la pintura, que quedó inédita, y a continuación un exhaustivo registro enciclopedico por orden alfabético de la biografía de cuantos pintores, escultores, vidrieros, orfebres o miniaturistas que habían trabajado en España tuvo noticia. El libro se pensó con estampas, una serie de retratos de artistas al estilo de lo que en poesía había hecho Antonio de Sancha en la colección del Parnaso español. Se conserva evidencia de ello por un puñado de dibujos que al efecto pintó Francisco de Goya, gran amigo del autor. 



Dibujo original de Goya en sanguina representando al escultor Pedro Roldán destinado a ser grabado para el Diccionario Histórico, British Museum. Al lado, retrato de Ceán Bermúdez grabado por Bartolomé Maura en 1875 a partir del dibujo de Goya realizado con el mismo objeto, Biblioteca Digital Hispánica.

    Entre ellos había también uno del propio Ceán, al que retrató en lienzo otras dos veces más. Que esos dibujos no llegasen a ser grabados es un misterio que viene a aumentar la poca fortuna del pintor aragonés como ilustrador de libros, si juzgamos al menos por el destino de su propuesta para el Quijote de Ibarra. Las dimensiones de los dibujos conservados sugieren que la edición se pensó ya en un asequible octavo. Es posible que la voluntad de abaratarla aún más condicionase la supresión final de las estampas, pues Ceán no buscó o no pudo encontrar editor privado y propuso la publicación del Diccionario a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Los hechos se conocen con detalle. La propuesta está en una carta de dos de agosto de 1799 dirigida a Bernardo de Iriarte, alto cargo de la Academia, y su aceptación en la Junta celebrada por la institución el cuatro de agosto, donde se decide financiarla con fondos que serían reintegrados a medida que progresase la venta de los ejemplares, quedando el resto para el autor. La edición se encomendó al taller de Ibarra, ya regentado por su viuda, no sin antes superar algunos obstáculos del secretario de la Academia, Isidoro Bosarte. Se sabe por una carta posterior que Ceán desconfiaba de la buena voluntad de Bosarte porque años atrás había declinado aportar el trabajo documental que venía recopilando a una edición revisada del Museo pictórico de Antonio Palomino que el secretario de la Academia preparaba para Antonio de Sancha. Al final, el Diccionario se editó en una prudente tirada de 1.500 ejemplares, costó 45.000 reales y fue un fracaso de ventas. Estos datos se conocen también por cartas posteriores de Ceán, donde lamenta que la Academia no hubiese podido siquiera recuperar su inversión más de un año después. La aparición de los sucesivos volúmenes fue anunciándose en la Gaceta de Madrid entre el 6 de junio de 1800 y el 13 de abril de 1801, sin indicación de los precios. Los conocemos sin embargo por otro anuncio de la Gaceta de 25 de marzo de 1803 donde se detallan “los libros y estampas que se venden en la Real Academia de nobles artes, denominada de S. Fernando, calle de Alcalá, en el quarto del Conserge”, entre ellos el “Diccionario de los mas ilustres profesores de las nobles artes, por D. Juan Agustín Cean Bermudez, 6 tomos en 8.°, a 11 rs. en rústica cada uno”. El conjunto costaba por tanto 66 reales y se esperaban recaudar con él casi cien mil. No era en absoluto caro, si lo comparamos con otras colecciones coetáneas, pero esos ejemplares que apenas se vendían llegaban en una situación histórica de enormes cambios, como si el año 1800 del pie de imprenta de Ibarra pusiera punto y final al mundo que había conocido un Ceán ya en la cincuentena. Acostumbrados en la actualidad a la extrema especialización de la ciencia puede resultar extraño pensar que no hace tanto se tuvo por paradigma lo contrario, la reunión de todo el conocimiento humano y su difusión universal. En el siglo de L’Encyclopédie, que alguien se propusiese la desmesurada tarea de reunir en varios volúmenes todas las noticias conocidas sobre la historia del arte en España no parecería inviable sino necesario. Obviamente Ceán sabía que la empresa le superaba, y todavía sin concluir la impresión se había visto obligado a añadir un suplemento de decenas de páginas en el último volumen con apostillas y adiciones. Sin embargo se puede adivinar en ese hombre gordito que en 1809 declinó abandonar su oficina en la Secretaría de Gracia y Justicia para seguir al Gobierno provisional hacia el sur en su retirada ante el ejército francés esa clase de heroísmo cotidiano que consiste en perseverar sin esperar recompensa en una empresa que se sabe justa e imposible. Ya desde los últimos años de la vida de Ceán han sido muchos los autores que han cuestionado después las omisiones, las limitaciones o las inexactitudes de su Diccionario. Sin ir más lejos, hay en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando otro ejemplar de esta edición con centenares de anotaciones redactadas en sus márgenes por Valentín Carderera, algo que quizás proyectaba también quien hizo encuadernar éste con tanto papel en blanco. Como es lógico tras dos siglos de progreso de la historiografía, hoy un proyecto equivalente precisaría un número multiplicado de volúmenes preparados por varios equipos de investigadores. Y con todo, estos seis tomos todavía conservan un valor que va más allá de presentar una visión documentada de las artes plásticas españolas anterior al pillaje y la destrucción de nuestro patrimonio inaugurada por la invasión francesa y continuada ya sin ayuda externa durante nuestra tormentosa historia política moderna. No son pocos quienes piensan que con ellos se inicia la moderna Historia del Arte en España, no en vano se han reeditado en facsímil más de una vez y raro será todavía hoy el historiador del arte que a lo largo de su carrera no los haya consultado, siquiera ocasionalmente. Para un libro así es difícil pensar en otro destino más digno que ser anotado.



Una de las dos únicas anotaciones que al final se hicieron en el libro. A continuación, la descripción del programa decorativo de la Biblioteca del Escorial.





14 comentarios:

  1. Todo un lujazo tener esta edición con las páginas intercaladas. En mi caso tengo varios libros franceses con hojas en blanco para poner la traducción.

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    1. Pues ya que lo comentas te diré que yo también le di vueltas en un primer momento a la posibilidad de la traducción aquí, por el origen de la encuadernación y el papel, pero después, dadas las características del libro, creo que debió ser para trabajar sobre su contenido, más aun porque no hay traducción, ni siquiera alguna palabra suelta como se ve a veces al margen en libros que han sido de personas que hablaban otras lenguas distintas, y además porque de las dos anotaciones que tiene el libro en esta que he puesto se ve claramente que se enmienda una fecha. Este tipo de detalles son muy curiosos y realmente no se ven mucho fuera del pequeño mundillo de los libros viejos. Un saludo, Galderich.

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    2. Revisando lo que pone el Diccionario sobre las pinturas del palacio del Viso, donde está la nota, veo que en otro tomo sí está correctamente el año 1586, luego no es error del autor sino errata no recogida en la fe de erratas final, y la nota, que desde luego denota una lectura muy atenta, no enmienda a Ceán, sino la edición.

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  2. Es un conjunto hermoso, contenido y continente. Magnifica adquisición.

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    1. Realmente lo es, Marco, y en el proceso de encuadernación han acabado haciendo un ejemplar bastante peculiar que además está muy bien conservado. Saludos.

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  3. Preciosa edición. Muy decorativas esas guardas y cortes jaspeados. Un lujo.

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    1. Muchas gracias, Elena, lo que más llama la atención es que siendo un tipo de encuadernación sencilla, no de alto precio, con papel jaspeado relativamente común en los planos y guardas, tuvieron el detalle poco frecuente de entintar los cortes siguiendo el mismo modelo decorativo y los mismos tonos del papel. Aunque para poco frecuentes, los de los libros de la biblioteca de Odorico Pillone que nos mostraste tú , realmente admirables. Yo no los había visto nunca.

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  4. Urzay, este post es como todos los tuyos : bello, entretenido, instructivo. . Admiro la paciencia con la que no haces compartir esos tesoros. Gracias. Supongo que la segunda anotación ¿ no es de interés ?

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    1. La segunda anotación es similar a esta, copia un nombre del texto impreso enfrente, en ese caso el del pintor Antonio Pereda, como si fuera a añadir datos sobre él, pero a continuación lo deja en blanco. Eso sí, la caligrafía es distinta a la del autor de la otra. No la puse porque me pareció más curiosa esta otra, que corrige a Ceán. Gracias a ti, C.C. por pasarte por aquí y por tus palabras.

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  5. De la lectura del post deduzco que has estado y visto papeles en la Academia se San Fernando, de muy bien ordenada biblioteca-archivo, y muy cómoda; y lo más importante: borradores de la obra, con multitud de papeles más, de CB se conservan manuscritos en la sala Cervantes de la BNE.
    Muy preciso y sugestivo.

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  6. La trayectoria de Ceán la conozco solamente por la bibliografía, Pablo, no he revisado directamente su documentación autógrafa. La referencia a las Actas de la Academia está en el estudio de Clisson Aldama y del ejemplar que cito anotado por Carderera que pasó a la Academia con muchos de sus papeles (y por tanto también los de Ceán, pues a Carderera pasó buena parte de su legado) se ocupan el propio Clisson y creo recordar que Portela. Los materiales de trabajo que dejó a su muerte son ingentes, con varias obras que se publicaron póstumas y alguna, como el Arte de la Pintura, que nunca ha sido publicada más que en fragmentos. En algunos casos, incluso, esos mismos materiales han servido para extraer de ellos adiciones al Diccionario que se han ido publicando desde el siglo XIX.
    Los que comentas que hay en la Biblioteca Nacional, como bien dices, son importantísimos porque incluyen además de los borradores de las biografías que acabaron en el Diccionario todas las biografías de artistas vivos en la fecha de su publicación y desestimados por ello. Como eran contemporáneos, toda la información recabada por Ceán y utilizada para esas biografías que no se publicaron era de primera mano. De todo eso -que creo que está en unos manuscritos de los que tienen signatura por encima del 20.000- solo he leído los artículos de Virginia Albarrán en Archivo Español de Arte sobre escultores que salieron no hace mucho, y después no sé si se ha seguido con ello, de no ser así desde luego queda información interesantísima ahí sepultada.

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  7. Que lujo de libro y excelente redaccion de su historia al detalle, muchas gracias por el articulo.

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  8. Muchas gracias a ti por el comentario, realmente lo que es un lujo es que todavía quede quien encuentra interés en estas cosas.

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  9. Muy buen blog, Poseo uno similar, si alguien estuviera interesado.

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