jueves, 17 de diciembre de 2009

TODOS LOS LIBROS EL LIBRO

 En la primavera, el amanecer. Cuando al insinuarse la luz sobre las colinas, los contornos se tiñen de un pálido rojo y purpúreos jirones de nubes flotan sobre las cimas.
En verano, las noches. No sólo las de luna brillante, sino también las oscuras, cuando las luciérnagas revolotean, y aún las de lluvia, tan bellas.
En otoño, el atardecer. Cuando el sol resplandeciente se hunde cerca de las laderas de las colinas y los cuervos cruzan el cielo en grupos de tres o cuatro, o de a dos, de vuelta a sus nidos; o las garzas en bandada se dispersan en el cielo distante. Cuando se oculta el sol, el corazón se conmueve con el sonido del viento y el zumbido de los insectos.
En invierno, las mañanas. Por cierto bellas cuando ha caído nieve durante la noche, pero espléndidas también cuando el suelo está blanco por la escarcha... 
Sei Shonagon
El libro de la almohada

    Desde niño he tenido una vergonzante inclinación natural a componer listas, una manía involuntaria que me sorprende con frecuencia, como trazar con los dedos palabras en el aire, o ir moviendo levemente la cabeza con un ojo cerrado para hacer coincidir en dos dimensiones lineas de objetos distantes. No me reconcilié con las listas hasta bien pasada la adolescencia, cuando, afortunadamente, todas las palabras dejaron de ser elevadas, y todos los hechos trascendentes. Años después descubrí que un milenio antes alguien había elevado esa manía al rango de categoría estética. Las lineas que encabezan esta entrada son las primeras de un libro maravilloso, escrito por una mujer que pasó su vida en la bella ciudad de Heian-Kyo, entre unos pocos cientos de privilegiados que vivían, brevemente, convirtiendo los actos más nimios y efímeros en una forma de arte. Las numerosas listas que habitan el libro de quien fué conocida como Sei Shonagon, y particularmente en la delicada traducción de Amalia Sato, descubren más de la vida de su autora y de quienes la compartieron que varios pesados volúmenes biográficos.

Con estos antecedentes, parece natural confesar que las listas de libros, pueriles y divertidas como cualquier otra, me han ocupado más tiempo del razonable, y que la reconstrucción mental de ejemplares que jamás he visto, la recreación de su tipografía o sus grabados, la especulación sobre su azarosa trayectoria, han compartido mis ensoñaciones, junto a muchas otras de las más diversas materias, igualmente inútiles. Por supuesto, no hay una lista de los libros que me gustaría reunir, sino muchas y sucesivas, nunca acumulativas, porque nacen de la certeza de que la historia de los libros, como la de las personas, puede ser representada por una pequeña muestra. Ha de cumplir alguna condición más. La primera, que sea viable, siquiera remotamente. La segunda, que sugiera un todo. La siguiente es sólo una de estas listas, la de los libros que me gustaría ver reunidos en mi biblioteca este día nevado:

1.- La Repetición de amores, e Arte de axedrez, con CL iuegos de partido, de Lucena,  impresa por Leonardo Hutz y Lope Sanz en Salamanca, probablemente en 1497. El ejemplar de Salvá conservaba sólo el Arte de Ajedrez, pero bien podía valer.

2.- Los quatro libros de Amadís de Gaula, nueuamente impressos e hystoriados, en la edición preparada por Francisco Delicado e impresa en Venecia, 1533, por Giovanni Antonio Niccolini da Sabbio para Giovanni Battista Pederzano. He de reconocer que éste está en la lista por verosimilitud, en sustitución de un imposible segundo ejemplar del Retrato de la loçana andaluza, en lengua española muy claríssima, Compuesto en Roma por Francisco Delicado, e impreso en Venecia entre 1527 y 1534. Si no, quizás hubiera puesto otra edición del Amadís. O ninguna. 

3.- La edición realizada por los Cromberger en Sevilla, 1535, del Cancionero  de  Hernando del Castillo, que incorpora las coplas que Jorge Manrique dedicó a su padre, a diferencia de las anteriores.

4.- La traducción del Decamerón publicada en Medina del Campo, 1543, por Pedro de Castro, conforme a la edición incunable de Estanislao Polono y Meinardo Ungut realizada en Sevilla, 1496, con el título: Las C nouelas de Juan Bocacio. También valdrían las de Valladolid, 1539 y 1550.

5.- La Ulyxea de Homero, traduzida de griego en lengua castellana por el secretario Gonçalo Pérez, nueuamente por él mesmo reuista y emendada, impressa en Venetia, en casa de Francisco Rampazeto, 1562, que es la versión completa y definitiva  del helenista aragonés, tras las sugerencias de Juan Páez de Castro y el cardenal Mendoza y Bovadilla.

6.- La Historia de las cosas más notables, ritos y costvmbres del gran Reyno de la China, sabidas assí por los libros de los mesmos chinas, como por relaçión de otras personas y religiosos que han estado en el dicho Reyno, de Juan González de Mendoza, publicada en Roma, 1585, a costa de Bartolomeo Grassi en la estampa de Vincentio Accolti. También valen otras de esos años, como las de Madrid, Valencia o Barcelona. 

7.- Las Rimas de Lope de Vega Carpio, aora de nuevo añadidos con el nuevo arte de hazer comedias deste tiempo, publicadas por Alonso Martín en Madrid, 1609, a costa de Alonso Pérez. O aunque carezca del Arte, la edición anterior publicada en Sevilla, 1604.  

8.- Las Obras propias y traducciones latinas, griegas y italianas...de Fray Luis de León, en la edición publicada en Madrid, Imprenta del reino, 1631, a cargo de  Francisco de Quevedo a partir de un manuscrito de la biblioteca de Manuel Sarmiento de Mendoza.

9.- La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del  Castillo, publicada por la imprenta del reino en Madrid, 1632, a pesar de la interpolación mercedaria.

10.- La primera edición de la Vida i hechos de Estevanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mesmo, publicada en Amberes en la imprenta de la viuda de Juan Cnobbart en 1646.

11.- Un ejemplar de la Vida y Hechos del ingenioso cavallero Don Quixote de la Mancha con la primera serie de ilustraciones que llevó la obra de Cervantes en español. No importa que sea la edición que hizo J.Mommarte en Bruselas, 1662, con las estampas grabadas a partir de la edición holandesa de Savery, 1657, o mejor todavía, las que imprimieron los Verdussen en Amberes, en 1673, 1697 y 1719, con 18 planchas de Bruselas y 16 nuevas grabadas por Bouttats.

12.- Las Obras de D.Francisco de Quevedo Villegas publicadas en seis volúmenes por la imprenta de Joaquín Ibarra en Madrid, 1772, con su encuadernación original.

En un ameno y recomendable libro de Francisco Mendoza Díaz-Maroto, que conocen todos los interesados en los libros antiguos, se dedica  un epígrafe a la propuesta de biblioteca ideal “que un bibliófilo hispano de hoy procuraría ir consiguiendo a lo largo de su vida”. No se citan en general  títulos concretos, sino categorías, pero reconforta pensar que este tipo de tonterías no se me ocurren sólo a mí, sino que son frecuentes también en otras personas que supongo más capaces. He de decir que la suya es mucho más ambiciosa, -y razonada-, pero cualquiera sabe que los tiempos en los que un simple bibliófilo tenía la posibilidad, con unos medios normales y la ayuda de su inteligencia, de reunir una biblioteca verdaderamente significativa, han pasado ya. Y probablemente también, con unas pocas excepciones, aquellos en los que se podía reunir una biblioteca suficientemente representativa. En mi caso, mis libros antiguos son pocos, y comparten anaqueles indistintamente con las ediciones modernas, mucho más numerosas. Y al final, si hubiera que acabar hablando de magnitudes, parece más pertinente que la dimensión de la biblioteca de un bibliófilo esté relacionada con un número significativo para quien la reúne, o con la magia pitagórica de los números, o con cualquier otra cosa, que con la mucho más vulgar disponibilidad pecuniaria o de mercado. Pueden ser 10, ó 12, ó 33, ó 100, ó 666, ó 999... O tan solo uno.
   Recuerdo una bella y triste película, menos reciente ya de lo que se figura mi memoria, donde un lastimado aristócrata húngaro lleva, como única compañía, un gastado ejemplar de la Historia de Heródoto, con las hojas llenas de recuerdos de lo que fué su vida. Y es que hay libros, no muchos, que son capaces de condensar en sí todas las bibliotecas. Alguno, quizás, escribió el autor del libro a cuyo título remite, en torpe recurso periodístico, el título de esta entrada. Uno, sin duda, escribió la autora de las lineas que la encabezan.

6 comentarios:

  1. Bellas reflexiones bibliófilas. A pesar de ello, y teniendo en cuenta que tambien mezclo libros antiguos con modernos, no me preocupan las listas porque en bibliofilia (y esta es su gracia) no se pueden hacer sinó ir sumando los libros que encuentras por el camino. Con más o menos dinero, pero esto no es importante si los disfrutas todos y cada uno.

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  2. En efecto, el destino de toda biblioteca personal es quedar inacabada hasta el último día, porque lo normal es ir sumando siempre. Precisamente por ello, el juego era romper esta dinámica y plantearse algo más borgiano, una biblioteca suficiente con un puñado de libros, o con uno sólo que los representase a todos (aunque cuando Borges fabuló sobre una biblioteca la hizo finita pero inabarcable). En el libro citado, Francisco Mendoza recoge una referencia al erudito extremeño Rodríguez Moñino, que "soñaba con formar una magnífica biblioteca con los menos libros posibles". Y en ese caso, cúal o cúales cumplirían esa condición de que se pudiera volver a ellos una y otra vez sin agotarlos. Habrá quien diga que la Biblia, o el Quijote, o el Tao Te Ching...De los 12 que he puesto en la lista, creo que la cumplen más de la mitad. Y también la cumple el decimotercero.

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  3. Interesantes reflexiones bibliófilas.
    Lista con muy bueno gusto, pero creo que su precio deberá ser muy alto.
    Como Galderich yo también mezclo libros antiguos con modernos.
    ¡En bibliofilia hay siempre el placer de la descubierta que es lo premio mejor para nosotros de la búsqueda constante de más una pieza para nuestra biblioteca! La biblioteca nunca estay terminada, pues hay siempre más una pieza, de mayor o menor rareza, pero siempre de grande importancia para nosotros.
    Después disfrutarlos y, por que no compartirlos, es otro grande placer
    Saludos

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  4. Rui, es verdad que el precio sería muy alto. Aunque lo bueno de estos juegos es que se pueden hacer sin preocuparse del precio. El problema sólo aparece cuando finalmente te tropiezas con uno de los libros de la lista. Y en efecto, al plantear una biblioteca cerrada y mínima, una vez adquiridos los libros se ha eliminado la búsqueda. No todo puede ser perfecto. Pero siempre queda la lectura.
    Saludos helados de estos días.

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  5. Lamberto Palmart19 diciembre, 2009 23:49

    Bellas palabras Urzay. Sosegada y acertada reflexión a través de la cual ayudas a desentrañar las mas íntimas motivaciones que esconde la bibliofilia. Yo que ando entremezclado en el mundo del arte, encuentro similitudes entre nuestras listas o desideratas con la expresión artística. Luis Eduardo Aute dijo “El artista es, más que nada, un loco. Un loco que, quizás, tiene un nivel de lucidez mayor que el resto de las personas, ya que ha encontrado la manera de exorcizar sus fantasmas personales a través de su creación.” En el caso del bibliófilo cambiaría creación por biblioteca, ya que en nuestros libros reflejamos nuestras inquietudes y más allá de poder conseguir aquellos tesoros impresos, nos conformamos en ocasiones con elaborar listas de libros soñados de una u otra índole en función de las inquietudes de cada uno.

    Igualmente tengo mi lista, una única lista donde anoto lo que se me escapó o simplemente lo que me maravilló en un momento dado. No tiene fin, ni espero que lo tenga, siempre quiero que me sigan sorprendiendo títulos insustituibles. Tu lista es exquisita, algunos de los que nombras los añadiré a la mía y soñaré que los leo y disfruto de ellos, en el rincón del ángulo oscuro.

    En mi caso, mis libros viejos viven solos lejos de los nuevos, son también pocos, Aunque en ocasiones me gustaría tener todos los libros en una sola habitación, nuevos, viejos y antiguos, cosa por otro lado casi imposible. Realmente me gusta encontrarme libros por toda la casa. Y sin querer cada habitación tiene su propia identidad ganada por los títulos y libros que acoge.

    Por cierto ¿cual es la vieja película que citas?. Encuentro similitudes con un libro reciente “Viajes con Heródoto” de Ryszard Kapuscinski que llevó a que comprara un sencilla edición de la Historia de Heródoto de Cátedra.

    Saludos.

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  6. Lamberto, lo que comentas de la ensoñación que provocan las listas me recuerda la certera cita sobre los catálogos de librería anticuaria que recogía Diego en una entrada reciente de su blog. Al final, ésa es la razón. Habrá gente que se preguntará qué tipo de perturbado puede divertirse revisando una relación de libros, un catálogo de librero, una bibliografía. Y sin embargo es divertido. En realidad sólo tengo un libro de la lista, uno de los fáciles, y coincido contigo en incluir alguno que se me escapó. Pero me da la impresión de que muy por encima del deseo de adquirirlos está en el bibliófilo el simple sueño de los libros. La cita se refiere a una escena del "Paciente inglés". No es vieja, pero tiene ya sus años, aunque no lo parezca. Imagino, -porque la película es muy conocida-, que Kapuscinski la vió, y quizá resonó algo por ahí. O no necesariamente. El libro que citas no lo he leído. Lo pongo en espera.
    Saludos

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