En ocasiones, después de leer un libro o ver una película, recuerdo un pueblo que queda ahora a las afueras de la ciudad donde vivo. Sobrevive allí una casa de comidas donde, cuando era niño, parábamos muchos domingos al mediodía antes de volver a casa. Uno de esos sitios donde se trata al cliente con indiferencia y se come lo que hay. Recuerdo que al llegar a los postres, en caso de ser preguntado por los neófitos, el patriarca del lugar, un tal Rogelio, solía recitar secamente la misma letanía: “De postre tienen melocotón, flan, queso o amecido”. Ante tal disyuntiva, algunos, en la esperanza de una desconocida especialidad de la casa, preguntaban qué era el amecido. Imperturbable, ese hombre sin edad contestaba siempre lo mismo: “Le ponemos en un plato el melocotón, el queso y el flan, todo junto. Amecido”.
Si se busca una manera de definir lo que es, sin duda, una de las fórmulas de mayor éxito en la historia de la industria cultural, pocas habrá más eficaces que la desusada de aquel Rogelio. El amecido podrá ser bueno o malo, pero suele funcionar. Si se mezclan bien, por ejemplo, una trama tomada sin rubor de Dashiell Hammett con un marco inspirado en el Chicago de la ley seca, algunos conceptos de Coppola y una banda sonora eficaz basada en una canción tradicional irlandesa que se cuidan de omitir en los títulos de crédito, estamos ante Muerte entre las flores, una obra maestra. Si la mezcla es más grosera, el resultado puede ser, digamos, El código da Vinci. Si leemos El señor de los anillos, o vemos sus adaptaciones cinematográficas, difícil será poder desprenderse de la sensación de estar ante el mayor amecido de casi todas las mitologías occidentales y no sé si parte de las orientales que haya sido escrito por mano humana. Si las ambiciones y la erudición del autor son menores, nos conformaremos, por decir algo de actualidad, con Juego de tronos. Una generación de niños que ha leído Harry Potter, como antes otra leyó La historia interminable, puede dar fe de la eficacia de la fórmula. Porque la infancia es aún más fugaz que la principal condición indispensable para que aquella funcione: la simple renovación generacional. Y hay tantos ejemplos como larga es la historia del arte. Veamos uno del siglo XVIII.
Los ocho volúmenes de estas Jornadas divertidas se editaron en su idioma original cerca de una veintena de veces en París, Amsterdam o Londres desde 1724, y se difundieron por la mayor parte de Europa, al amparo del gusto francés, durante todo el siglo XVIII. No es raro ver todavía tomos sueltos en mercadillos o ferias del libro, lacerados, como toda la literatura que fue popular, por las muchas lecturas que arrastran. Con la excusa de una reunión de jóvenes que se retiran a una residencia campestre, la autora compone un marco narrativo que la historia de la literatura venía demostrando eficaz desde hace siglos. Después, ahí cabe todo: novelas cortas propias, relatos tradicionales ajenos, historias orientalistas al hilo del éxito de Las mil y una noches de Galland, discursos o diálogos morales, melocotón, flan, queso. Pero todo con ese tono galante, mundano, esa delicada forma de relacionarse que ahora quizás pueda parecer artificiosa pero que en otro tiempo fue elegante. Madeleine Angélique Poisson de Gómez vivió aquel tiempo, y lo reflejó en sus muchas colecciones de novelas. Poco se sabe de ella ahora, salvo algunos datos cuya certeza parece estar justificada tan solo en la cantidad de veces que se reiteran. En la breve noticia biográfica de esta edición se pueden leer varios. Pero debió alcanzar, en vida, la popularidad.
En 1788, cierto Baltasar Driguet leyó una de aquellas ediciones francesas, y decidió traducirla al español. Se lo tomó con tranquilidad, y entretanto un autor teatral, Gaspar Zavala y Zamora, se le adelantó. El 12 de octubre de 1792 la Gaceta de Madrid (nº 82, p.720) recogía en sus páginas el anuncio de venta del primer tomo de la traducción de Zavala, salido de las prensas de la Imprenta Real, con el título de Días alegres. El 23 de octubre de 1793 (nº85, p.1116), en el mismo número que relata las novedades sobre el asedio de Toulon, donde se desmoronaba ese mundo recreado por Madeleine de Gómez y un joven Bonaparte ascendía a general de la República, el mismo boletín anunciaba el primero de los volúmenes traducidos por Driguet. Desde entonces ambos traductores compitieron por publicar anticipadamente las nuevas entregas, y chocaron incluso con los mismos obstáculos administrativos. Hay un estudio que documenta en detalle todo el proceso. El último de los volúmenes de Driguet acabó circulando en 1797. Pocos años después, todos volverían a reeditarse. El último de los volúmenes de Zavala, en 1798. Por si no fuera suficiente, entre 1792 y 1801 se estrenaron también en los teatros madrileños tres piezas adaptadas a la escena por Zavala sobre argumentos de otras tantas novelas incluidas en esta colección francesa. Pocos debieron quedarse en aquella corte de Carlos IV sin haber oído hablar de Madeleine de Gómez.
El resultado del trabajo de Driguet fueron ocho volúmenes homogéneos aunque publicados en tres imprentas distintas. A diferencia de la versión de Zavala, que se publicitaba como libre, Driguet presentó la suya como traducción fiel. Buscó también un mercado distinto. Los anuncios de prensa muestran que su colección, en cuarto, se vendía por 136 reales los ocho volúmenes en pasta, mientras que los de su competidor, en octavo, se vendían a 8 reales en pasta o 6 en rústica cada uno. Al margen del formato, la diferencia de precio tenía otro origen: Driguet hizo ilustrar su traducción con una serie de cuarenta láminas que refleja la excelente calidad alcanzada por los grabadores españoles desde que la Real Academia de San Fernando decidió impulsar el arte de la estampa. José Asensio, José Rico o José Ximeno se encargaron de abrir la mayoría de las laminas que componen esta serie, sobre dibujos del propio Ximeno, de Vicente López, de Antonio Rodríguez o de Rafael Ximeno.
Después de adquirir esta edición en una librería australiana, no sé si tiene perdon no haber leído por entero las Jornadas divertidas de la antaño célebre Madame de Gómez. He acabado leyendo tan solo dos o tres de las novelas, y a ratos, el marco narrativo. Pero de vez en cuando abro alguno de estos bellos volúmenes y miro los coches de caballos, los veleros, los jardines, y trato de imaginar aquel mundo de pelucas empolvadas y vestidos sofisticados, de galanterías, chichisbeos y alegría de vivir. Al fin y al cabo, la frivolidad es un aprendizaje como otro cualquiera. Y en cuanto a los amecidos... Diré que con quince años y después de treinta kilómetros en bicicleta, algunas veces lo pedía, allí donde Rogelio. Y ahora, muchos años y dos hijas desbordantes de vitalidad después, cuando con mucho esfuerzo hemos conseguido que se vayan finalmente a dormir y como tantos padres caemos derrotados ante el televisor, también he acabado viendo Juego de tronos.
Si se busca una manera de definir lo que es, sin duda, una de las fórmulas de mayor éxito en la historia de la industria cultural, pocas habrá más eficaces que la desusada de aquel Rogelio. El amecido podrá ser bueno o malo, pero suele funcionar. Si se mezclan bien, por ejemplo, una trama tomada sin rubor de Dashiell Hammett con un marco inspirado en el Chicago de la ley seca, algunos conceptos de Coppola y una banda sonora eficaz basada en una canción tradicional irlandesa que se cuidan de omitir en los títulos de crédito, estamos ante Muerte entre las flores, una obra maestra. Si la mezcla es más grosera, el resultado puede ser, digamos, El código da Vinci. Si leemos El señor de los anillos, o vemos sus adaptaciones cinematográficas, difícil será poder desprenderse de la sensación de estar ante el mayor amecido de casi todas las mitologías occidentales y no sé si parte de las orientales que haya sido escrito por mano humana. Si las ambiciones y la erudición del autor son menores, nos conformaremos, por decir algo de actualidad, con Juego de tronos. Una generación de niños que ha leído Harry Potter, como antes otra leyó La historia interminable, puede dar fe de la eficacia de la fórmula. Porque la infancia es aún más fugaz que la principal condición indispensable para que aquella funcione: la simple renovación generacional. Y hay tantos ejemplos como larga es la historia del arte. Veamos uno del siglo XVIII.
Gómez, Madeleine Angélique de, Jornadas divertidas, políticas sentencias y hechos memorables de los reyes y héroes de la antigüedad. Escritas por la Séneca del siglo XVII, madama de Gómez. Traducidas fielmente del frances al castellano por don Baltasar Driguet..., Madrid, Isidoro Hernández Pacheco, 1792 (vol.I), Benito Cano, 1794 (vols.II-IV) y 1796 (vols.V-VI), Villalpando, 1797 (vols.VII-VIII). Ocho tomos en cuarto (210 x 145 mms.), ilustrados con cinco láminas calcográficas cada uno. Encuadernación estilo Imperio en pasta, con tejuelo y motivos dorados en lomo, y la piel jaspeada en árbol con orla dorada en planos. Todos los volúmenes con ex libris heráldico de Charles Brooke, por documentar, adherido sobre las guardas.
En 1788, cierto Baltasar Driguet leyó una de aquellas ediciones francesas, y decidió traducirla al español. Se lo tomó con tranquilidad, y entretanto un autor teatral, Gaspar Zavala y Zamora, se le adelantó. El 12 de octubre de 1792 la Gaceta de Madrid (nº 82, p.720) recogía en sus páginas el anuncio de venta del primer tomo de la traducción de Zavala, salido de las prensas de la Imprenta Real, con el título de Días alegres. El 23 de octubre de 1793 (nº85, p.1116), en el mismo número que relata las novedades sobre el asedio de Toulon, donde se desmoronaba ese mundo recreado por Madeleine de Gómez y un joven Bonaparte ascendía a general de la República, el mismo boletín anunciaba el primero de los volúmenes traducidos por Driguet. Desde entonces ambos traductores compitieron por publicar anticipadamente las nuevas entregas, y chocaron incluso con los mismos obstáculos administrativos. Hay un estudio que documenta en detalle todo el proceso. El último de los volúmenes de Driguet acabó circulando en 1797. Pocos años después, todos volverían a reeditarse. El último de los volúmenes de Zavala, en 1798. Por si no fuera suficiente, entre 1792 y 1801 se estrenaron también en los teatros madrileños tres piezas adaptadas a la escena por Zavala sobre argumentos de otras tantas novelas incluidas en esta colección francesa. Pocos debieron quedarse en aquella corte de Carlos IV sin haber oído hablar de Madeleine de Gómez.
El resultado del trabajo de Driguet fueron ocho volúmenes homogéneos aunque publicados en tres imprentas distintas. A diferencia de la versión de Zavala, que se publicitaba como libre, Driguet presentó la suya como traducción fiel. Buscó también un mercado distinto. Los anuncios de prensa muestran que su colección, en cuarto, se vendía por 136 reales los ocho volúmenes en pasta, mientras que los de su competidor, en octavo, se vendían a 8 reales en pasta o 6 en rústica cada uno. Al margen del formato, la diferencia de precio tenía otro origen: Driguet hizo ilustrar su traducción con una serie de cuarenta láminas que refleja la excelente calidad alcanzada por los grabadores españoles desde que la Real Academia de San Fernando decidió impulsar el arte de la estampa. José Asensio, José Rico o José Ximeno se encargaron de abrir la mayoría de las laminas que componen esta serie, sobre dibujos del propio Ximeno, de Vicente López, de Antonio Rodríguez o de Rafael Ximeno.
Después de adquirir esta edición en una librería australiana, no sé si tiene perdon no haber leído por entero las Jornadas divertidas de la antaño célebre Madame de Gómez. He acabado leyendo tan solo dos o tres de las novelas, y a ratos, el marco narrativo. Pero de vez en cuando abro alguno de estos bellos volúmenes y miro los coches de caballos, los veleros, los jardines, y trato de imaginar aquel mundo de pelucas empolvadas y vestidos sofisticados, de galanterías, chichisbeos y alegría de vivir. Al fin y al cabo, la frivolidad es un aprendizaje como otro cualquiera. Y en cuanto a los amecidos... Diré que con quince años y después de treinta kilómetros en bicicleta, algunas veces lo pedía, allí donde Rogelio. Y ahora, muchos años y dos hijas desbordantes de vitalidad después, cuando con mucho esfuerzo hemos conseguido que se vayan finalmente a dormir y como tantos padres caemos derrotados ante el televisor, también he acabado viendo Juego de tronos.
¡Qué preciosos grabados! Y como bien dejás entrever (o al menos es lo que yo quiero leer) ¿es otra cosa la historia de la cultura y la literatura que una sucesión mejor o peor hecha de amecidos? Tampoco la cocina es algo muy distinto, bien lo sabría don Rogelio...
ResponderEliminarEstupenda entrada, que da ganas de leer algo de la obra de Madama de Gómez. Y preciosos los grabados. Siempre lamento que en nuestro país se tenga tan poca consideración por este arte.
ResponderEliminarFelicidades por tu página.
ResponderEliminarSólo un comentario, ¿no sería más fácil la navegación con un número algo inferior de posts en portada? Tengo una conexión lenta y me ha costado acceder a ella...
Saludos
Rogelio no estoy seguro, pero quien lo pensaba con certeza era su madre, una señora muy mayor que te cruzabas siempre en la cocina (porque había que atravesar por ahí para llegar al comedor). Me alegra que os hayan gustado los grabados, son ellos sobre todo los que invitan a la lectura. Voy a corregir lo del número de entradas en la página inicial. No pensé que afectara mucho a la navegación, pero si es así, pues no hay gran diferencia poniendo menos. Saludos.
ResponderEliminarUrzay
ResponderEliminarEs un conjunto muy hermoso.
Saber que fueron adquiridos en una librería australiana nos pone a pensar, sobre los ires y venires que habrán experimentado esos libros. Da gusto saber que regresan a casa.
Saludos.
impresionante, y yo me pregunto de donde sacas los libros jejejeej de Australia nada menos jejejeje,y la informacion, eres un verdadero detective de la historia de tus libros, estudiados a fondo. Impresionante
ResponderEliminarEl tema de la librería australiana llama un poco la atención, por lo lejano, pero es una muestra de cómo ha cambiado el mercado del libro antiguo con internet. Todavía estos días sale en la prensa un reportaje sobre la feria de otoño del libro antiguo en Madrid, y podemos leer de nuevo declaraciones de libreros que comentan la falta de relevo generacional entre los bibliófilos. Me pregunto si es realmente eso, o es que las nuevas generaciones están sobre todo en internet. Por la procedencia australiana pensé resolver el tema del ex libris, pero por ahora nada. Saludos a los dos.
ResponderEliminarEs curiosísimo, porque ya el Diccionario de Autoridades da como "voz anticuada" "amecer", 'mezlcar', que ejemplifica ¡con el Fuero Juzgo!. Y ahí está.
ResponderEliminarToda la entrada, limpia, ilustrada, perfecta, me recuerda un poco la historia de dos siglos antes de las Misceláneas, del "mar de historias" y las silvas que se ponen de moda a comienzos del s. XVI, atraviesan todo el siglo y culminan con el "Para todos" de Montalbán, del que se mofa tanto Quevedo ("Libro de todas las cosas y otras muchas más", estamos hacia 1633).... Según Montesinos, ese gusto por los "amecidos" estragó el gusto por la novela y se nos fue la herencia de Cervantes.
Creo que hoy vuelven a preferirse los "amecidos" a los géneros puros; y que se valora el diletantismo. Creo.
En todo caso, preciosa entrada.
En efecto, a eso es a lo que se parece, al "Para todos", a las colecciones españolas de novelas de esa época, las de Zayas, Mariana de Carvajal, las de Castillo Solórzano, que incluso tiene alguna con el mismo título...
ResponderEliminarMe alegra que te haya parecido curioso el término, yo desde luego lo tuve que buscar, a ver si existía realmente. Un abrazo.
Muchas gracias, Urzay, por este artículo interesante. Me quedo con que en el siglo XVIII se podía pagar en "pasta". Deduzco que de ahí viene el empleo argótico de la palabra en vez de "dinero". Si me equivoco, quizá alguien pueda corregirme.
ResponderEliminar¡Qué bien escribes, da gusto! Y lo que cuentas es muy interesante, agradezco tu información. Llevo un rato buscando "pistas" en la red —se venden muchas cosas pero pocos cuenta y enseñan— sobre alguien que firma como "Madama Gomez". ¿Será un error de imprenta y quería decir "Madame Gómez"? Pero qué mal mezcla el madame francés del XVIII con nuestro "Gómez". ¿"Prostituta Gómez" (es el significado popular de madama)? Suena peor. "...La Séneca del siglo XVII". Todo me llamaba la atención en el ejemplar traducido por Driguet y editado en 1796 del tomo sexto que encontré en la biblioteca de mis tíos-abuelos hace unos días, en un pueblo de Burgos. Parece que alguien arrancó el frontispicio, pero sigue mostrando las láminas, buen papel y mejor impresión que se lee de maravilla, nada que ver con muchas impresiones del XIX. Gracias a tu información leo la "Advertencia al lector" y la "Noticia de la lectora" que lo explica casi todo; imagino viene en el tomo primero. Lo que se ha perdido es el enlace a Dialnet con el estudio de las dos traducciones / ediciones. Insisto: muchas gracias por tu tiempo y por ilustrarnos. Ramón
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya servido. He comprobado los enlaces y efectivamente no funcionan, voy a ver si puedo rehacerlos y si no, los incluyo como bibliografía en nota abajo. Es lo que tiene esto de la red, parece que lo que hay subido es eterno y en realidad es todo lo contrario, y además fuera de nuestro control. Los enlaces remitían a los estudios de Rosalía Fernández Cabezón, "Les Journées Amusantes de Madame de Gómez. Fuente para el teatro de Gaspar Zavala y Zamora", en Castilla, estudios de Literatura, 20, 1995, págs, 85-104, y de María Jesús García Garrosa, "Días alegres", de Gaspar Zavala y Zamora: recuperación de una obra perdida. Historia editorial, I y II", en Dieciocho: Hispanic enlightenment, 2003, 26, 2, págs. 199-222 y 2004, 27, 2, págs.233-254.
ResponderEliminar